'Carmen' de Gades, un eslabón imprescindible

Artes escénicas

La célebre y genial coreografía, estrenada en París en 1983 y reestrenada por la Compañía de la Fundación Antonio Gades en Verona un año después de la muerte del artista, en 2005, inaugura este fin de semana la temporada del Teatro de la Maestranza

Carmen y Don José, un amor marcado por la tragedia. / Jesús Vallinas

En la ya larga historia del llamado ballet flamenco, tan llena de aproximaciones y de espectáculos fallidos, Antonio Gades, como el maestro Granero -autor de la aplaudida Medea- y muy pocos más, constituyen un eslabón imprescindible para llegar al ballet contemporáneo y un modelo para esos artistas que quieren contar historias y deben poner la técnica a su servicio y no al revés.

A pesar de su genialidad, sin embargo, ni el artista alicantino ni el propio flamenco hubieran llegado tan lejos si no se hubiera producido un encuentro providencial con el director de cine Carlos Saura.

La filmación realizada por Saura en 1981 de Bodas de Sangre, un maravilloso trabajo teatral estrenado en Roma en el año tan difícil para España de 1974, tuvo tal repercusión que pronto daría lugar a un nuevo proyecto conjunto.

Al contrario de lo que sucedió con la pieza lorquiana, Carmen nació como película en 1982 y como consecuencia de ella, de su extraordinaria repercusión nacional e internacional, surgió el espectáculo teatral, firmado por ambos (Gades y Saura) y estrenado el 17 de mayo de 1983 en el Teatro de París.

A partir de la publicación de la novela del francés Prósper Mérimée en 1847, la figura de la de la cigarrera sevillana subyugó a centenares de artistas, siendo la principal responsable de su universalización la ópera Carmen, compuesta por Georges Bizet y estrenada en París en 1875.

Desde ese momento han aparecido infinitas versiones en todos los campos del arte. Tan solo un año después de la publicación de la novela de Mérimée, Marius Petipa estrenaba un ballet titulado Carmen y su torero, si bien las coreografías más famosas, junto a la de Gades, han sido sin duda la de Roland Petit, estrenada en Londres en 1949, la del cubano Alberto Alonso, estrenada en 1967 por Maya Plisetskaya en el Bolshoi de Moscú y la de Mats Ek para el Cullberg Ballet de Suecia, estrenada en Estocolmo en 1992 con la española Ana Laguna en el papel titular.

La de Gades fue la primera Carmen verdaderamente española y flamenca ya que, a pesar de utilizar algunos fragmentos musicales de la ópera, como la célebre habanera, motivo recurrente en la seducción de Don José, el flamenco es la columna que sostiene la trágica historia.

No era la primera vez que Gades se acercaba a la figura de la cigarrera sevillana, aunque siempre en el terreno de la ópera y a las órdenes de otros directores, como el prestigioso Giancarlo Menotti, director del Festival de Spoleto (Italia), que en 1962 confió plenamente en el por entonces joven bailaor, para que realizara la coreografía de su Carmen. Sus trabajos posteriores en Italia -Verona, la Scala de Milán, etc.- con bailarines de la talla de Carla Fracci, fueron fundamentales para su formación como coreógrafo.

Inspirada más en la novela que en la ópera -de ahí, por ejemplo, la inclusión del personaje del marido- Gades despoja a la protagonista de todo el costumbrismo de la época y de muchos de los estereotipos aún vigentes a día de hoy. Su Carmen es una mujer trabajadora y orgullosamente libre que no está dispuesta a doblegarse ni siquiera ante la muerte. En el escenario, además, desaparece la casi descontada historia de amor entre el coreógrafo y la bailarina, aunque la metadanza, la inclusión de los ensayos en la pieza con el fin de distanciarse y actualizar de algún modo su pasado literario, dejando entrar al espectador en los entresijos del proceso creativo, fue siempre un recurso muy apreciado por el artista.

Como en sus otras obras maestras, Bodas de Sangre y Fuenteovejuna, estrenada con el Ballet Nacional de España en el Teatro de la Maestranza en noviembre de 2001, el gran reto de Gades en Carmen fue expresar sin palabras, solo con el baile, las emociones y las ideas esenciales de los personajes, despojando a sus intérpretes de toda posibilidad de alarde técnico, o de grandilocuencia. Como los pintores que admira -Picasso, Miró, Mondiran-, el coreógrafo intenta sintetizar la complejidad del mundo en unas cuantas líneas, en una mirada, en un gesto, pero sin renunciar a la pasión, el atributo esencial de la cigarrera y del flamenco, ni a la introducción de un folclore estilizado al que el hombre del pueblo que era Gades supo como nadie despojar de todo adorno superfluo.

Una escena del montaje actual de 'Carmen'. / Jesús Vallinas

Para la escena, se pasa de la evidente sensualidad de Laura del Sol a la sobriedad no exenta de misterio de Cristina Hoyos, Carmen indiscutible en los escenarios hasta que, cinco años después, fuera sustituida por la actual directora artística de la Compañía, Stella Arauzo. Se pasa también a un único espacio casi vacío y negro, poblado solo por ocho espejos, seis mesas, sillas y taburetes comprados en el Rastro madrileño y pintados de oscuro por Antonio Saura. Para las transiciones, las penumbras y las sabias luces de su iluminador Dominique You constituye otra referencia para el ballet actual.

Antonio Gades y Cristina hoyos en el montaje original. / M.G.

Carmen supuso sin duda una revolución en el plano estético y una apuesta por la limpieza y la humildad que hoy, 42 años después, sigue siendo un modelo imprescindible y muy difícil de alcanzar.

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