'El zoo de cristal', o cómo Tennessee Williams habla con el presente
Silvia Marsó protagoniza hasta el domingo en el Lope de Vega un drama sobre los sueños y derrotas de una familia
Para escribir El zoo de cristal, uno de los textos más celebrados en la carrera de Tennessee Williams, el autor volvió la mirada a su propia biografía, pero ese retrato de una familia particular, ambientado en la época de la Gran Depresión, acabó siendo una de las crónicas más dolorosas del derrumbe del sueño americano. Fue "la vigencia, el paralelismo con el presente" el que impulsó a los artífices de este nuevo montaje -la primera versión que sale de gira por España en las últimas dos décadas- a rescatar una pieza que profundiza en la sombra devastadora que la crisis proyecta en la vida de los ciudadanos. No parece difícil encontrar en la actualidad espectadores que se reconozcan en los desvelos de Amanda Wingfield, una mujer "obsesionada con que sus hijos triunfen" que comprueba con desgarro cómo esas aspiraciones que ha volcado en sus vástagos, Tom y Laura, no van a cumplirse. Hasta el domingo, un reparto encabezado por Silvia Marsó tiende un puente entre dos tiempos marcados por el desencanto: los años en que Tennessee Williams fue joven y el siglo XXI. La obra, además, supone el regreso simbólico de Andrea D'Odorico al teatro en cuya entrada murió: aquí firma la última escenografía de su larga y aclamada trayectoria.
A pesar de la herida íntima en la que Williams hurgaba, El zoo de cristal trata la derrota de los personajes con una ironía que Eduardo Galán, encargado de la adaptación del texto, "ha desarrollado mucho", asegura Marsó, para quien esta obra es "una tragicomedia, que habla de cosas con las que te sientes identificado, pero tiene el humor de algunas situaciones que nos encontramos en la vida". La actriz, para quien la versión es "muy dinámica, no ha perdido la poesía pero es más ágil", ha encontrado en su interpretaciones conexiones entre los mundos de Williams y García Lorca, de quien ha interpretado recientemente su Yerma. "Los dos nunca describían en sus obras víctimas o verdugos, sabían contar las contradicciones del ser humano. Coinciden en la lírica, pero también en la manera de profundizar en los personajes", argumenta.
Y entre esas creaciones complejas y memorables sobresale Amanda Wingfield, una mujer anclada en su pasado, que recuerda el esplendor de los viejos tiempos y sobrelleva con amargura la marcha de su marido, "un personaje que es una montaña rusa, neurótica, un poco loca, que pasa de la ironía a la ternura y de la ternura a la crueldad", resume Marsó. Junto a ella está Alejandro Arestegui, quien da vida a su hijo, Tom, "un soñador" y el personaje en el que Williams, acostumbrado a soltar "pinceladas" de su propia historia en todas sus creaciones, más se alimentó de sí mismo. Uno de los aspectos más emotivos de este drama es la delicadeza con la que describiría a su hermana, a la que someterían a una lobotomía en la vida real, en los rasgos de Laura, una chica que representa la "fragilidad", en palabras de la actriz que le da vida, Pilar Gil. Una joven que "llevó un aparato en la pierna y arrastra un trauma por ello, y está cada vez más encerrada en sí misma. Escapa de la realidad jugando con sus figuritas de cristal". La tranquilidad de Laura se alterará cuando llegue a la casa familiar Jim, compañero de trabajo de Tom y que Amanda concibe como el pretendiente ideal para la chica. Para el actor Carlos García Cortázar, "es otra víctima del sueño americano. El presidente del club de debate, el mejor en deportes, del que todo el mundo pensaba que iba a llegar lejos y que trabaja ahora en una zapatería. Es un personaje que se resiste a asumir su fracaso, y que piensa que aún puede triunfar, que no ha perdido la esperanza".
No hay comentarios