Anabel Veloso I Crítica

Bailar de memoria

Anabel Veloso durante su estreno en el Teatro Central.

Anabel Veloso durante su estreno en el Teatro Central. / Antonio Pizarro

Todo estaba cuidado y medido. La escenografía, el vestuario, los músicos, la iluminación y hasta el baile. Se supone, de hecho, que el título de la propuesta que estrenó este jueves Anabel Veloso en la Bienal –Oro sobre azul– hace alusión a esa frase que usan los portugueses para referirse a algo que es perfecto. Pero, claro, cualquier expresión artística, y el flamenco más si cabe, requiere de emoción y de sorpresa y, si esto no aparece, nada de lo que acompaña sirve. Apenas para hacer un poco más llevadera la hora precisa que duró el espectáculo y que se acabó haciendo larga.

Lo que proponía la bailaora era un viaje a sus raíces lusas, un recorrido por sus recuerdos, por su infancia y hasta por las tradiciones y la historia reciente del país de su progenitor con la Revolución de los Claveles como fin de fiesta por bulería. Demasiado. Es decir, el relato narra una historia a través de documentadas estampas, proyecciones y recursos más o menos evidentes que pretendían llevar al espectador a este mundo suyo, pero el discurso parecía discurrir más sobre lo visual que sobre lo íntimo. Más sobre las referencias que sobre los sentimientos. Más sobre lo oportuno que sobre aquello a lo que cuesta llegar porque engarrota la garganta.

En este sentido, Veloso tuvo problemas para llenar el tiempo y el espacio. Por eso, aunque se aferrara a la inteligente elección de un elenco (con la guitarra de Patino, el piano de Suárez y los vientos de Villegas como eje) que en muchos momentos sostuvo la obra y les cediera a ellos el protagonismo en los excesivos intervalos que se produjeron entre baile y baile no logró ocultar sus limitaciones como bailaora. Ni lo teatral nos hizo olvidar que íbamos a ver un espectáculo de baile.

Así, tanto en las coreografías como en sus movimientos a la artista le faltaron los recursos, los detalles, los gestos y las intenciones que marcan la diferencia entre una bailaora de tantas o esa otra que porta un universo propio entre sus pies y sus manos. A ratos, además, daba la sensación de que se tenía la lección tan aprendida que cada uno de los pasos se reproducían únicamente de memoria.

Primer plano de la bailaora almeriense de raíces portuguesas. Primer plano de la bailaora almeriense de raíces portuguesas.

Primer plano de la bailaora almeriense de raíces portuguesas. / Antonio Pizarro

Es verdad que tampoco ayudó el cante ininteligible de Naike Ponce sobre la que incomprensiblemente, más teniendo al lado la voz limpia y clara de Juan de Mairena, recayó el peso de este Oro sobre azul. Aun cuando hubo algún momento en que costaba descifrar el idioma en que cantaba.

De todo (el baile con mantón con que abrió, la guajira y las bulerías de cierre), la bailaora destacó en la seguiriya, cuando arropada por este enriquecedor atrás se sumergió en su baile más sentido y sincero. En cualquier caso, si preguntan cómo estuvo lo de Anabel Veloso le responderán quizás que fue bonito. Porque es serio, estéticamente agradable y nada falló ni estuvo fuera de tono. Eso sí, sepan que probablemente lo recuerden poco.

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