El cuerpo esculpido de Sergio Bernal
Rodin | Crítica de danza
La ficha
*** ‘Rodin’. Sergio Bernal Dance Company. Codirector: Ricardo Cue. Rodin y Camile. Coreografía: Sergio Bernal y Ricardo Cue. Música: Serguéi Rajmáninov. Baile: Sergio Bernal y Ana Sofia Scheller. El torso de Luis XIV. Coreografía y baile: Sergio Bernal. Música: Jean-Baptiste Lully – Jordi Savall. El beso. Coreografía: Ricardo Cue y S. Bernal. Música: Pavana para una infanta difunta de Ravel. Baile: Sergio Bernal y Ana Sofia Scheller. El pensador. Coreografía y baile: Sergio Bernal. Música: Roque Baños. Músicos: Daniel jurado (Guitarra), Javier Valdunciel (Percusión) y Ensemble Mundo Sonoro. Iluminación: Felipe Ramos. Vestuario: S. Bernal y Cristina Catoya. Fecha: Viernes, 27 de junio. Lugar: Teatro Romano de Itálica. Aforo: Lleno.
La presente edición del Festival de Itálica se clausuró anoche con el Teatro Romano lleno para ver a una de las figuras más relevantes de la danza española: Sergio Bernal.
El bailarín madrileño, que en 2019 dejó el Ballet Nacional de España, del que era Primer Bailarín, para emprender su camino en solitario junto a Ricardo Cue, afronta en esta pieza, estrenada en 2022 en el Festival de Peralada, su fascinación por el escultor August Rodin.
Un reto realmente difícil dada la envergadura y la complejidad del francés y la decisión del bailarín de sumergirse tanto en la piel del artista y en su pensamiento -para lo que se vale de algunos textos dichos en off- como en algunas de sus obras, dividiendo el espectáculo en cuatro partes que representan cuatro hitos artísticos del escultor.
Alcomienzo nos habla de la relación entre Rodin y la que fuera su musa y amante, Camile Claudel, escultora de gran talento como él, que terminó su vida en un psiquiátrico como tantas otras grandes mujeres de la época. Esta primera coreografía, con música de Rachmaninov, nos presenta un breve y dramático episodio de la pareja que nos deja sedientos de más.
En la escena siguiente, El torso de Luis XIV, Bernal despliega todo su poderío como bailarín, recordando, con Lully y Savall, las danzas barrocas de la corte francesa. Los múltiples giros que repite una y otra vez, las piruetas y la elevación de brazos dejan constancia de la limpieza y de la gran técnica que lo caracteriza.
El beso, con coreografía de Valentino Zucchetti y música grabada de Ravel (la Pavana para una infanta difunta), junto a la frágil y magnífica bailarina argentina Ana Sophia Scheller, fue lo mejor de la noche. Los cuerpos entrelazados, los músculos superpuestos y la sensualidad de su unión nos acercó verdaderamente a esa hermosísima escultura que representaba a los desgraciados personajes de La Divina Comedia Paolo y Francesca.
Para la escena final, El Pensador, el bailarín, que se había movido durante toda la velada entre la danza clásica y la neoclásica, utiliza aquí el zapateado para expresar su pensamiento y sus músculos para imitar la celebérrima escultura con que termina el espectáculo.
Un reto que no llega a cuajar del todo, quedándose más como una exhibición de la materia que comparten los dos artistas (los músculos y el cuerpo) que como una exposición del pensamiento del genial escultor, que revolucionó los cánones estéticos de su época.
Tampoco se entiende por qué, teniendo ocho músicos en escena, recurre en varias ocasiones a la música grabada y a unos textos que se entienden con dificultad.
Y aunque nos hubiera gustado verlo en más registros, queda claro, eso sí, que posee una técnica impecable y un cuerpo realmente escultórico.
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