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La maestra de la République

La primera escuela | Crítica

Alexandra Lamy es la maestra Louise Violet en el filme.

La ficha

*** 'La primera escuela'. Drama, Francia-Bélgica, 2024, 109 min. Dirección y guion: Éric Besnard. Fotografía: Laurent Dailland. Música: Christophe Julien. Intérpretes: Alexandra Lamy, Grégory Gadebois, Jérôme Kircher, Jérémy Lopez.

La primera escuela es una de esas películas destinadas a ganarse su lugar fijo entre la nómina de cintas ejemplares para un ciclo formativo sobre cine y enseñanza. A saber, un filme de mensaje claro y formas accesibles (un academicismo de correcta reconstrucción de época y escala paisajística) que servirá para ilustrar sesiones y debates sobre el valor y la necesidad de la educación pública y laica como elemento clave para el progreso social, el crecimiento y la libertad individual, la toma de conciencia crítica y el equilibrio que compense las diferencias de clase.

Éric Besnard repite el esquema de Delicioso o Las cosas sencillas para llevarnos a la todavía atrasada Francia rural de finales del XIX. A un pequeño pueblo de la campiña llega desde la capital una maestra de mediana edad y turbio pasado tras su participación en La Comunade París y su paso por la cárcel, con el propósito de poner en marcha una escuela local recién aprobada por una comunidad que, por otro lado, sigue anclada en sus labores tradicionales y cierto comportamiento cerril.

El conflicto y el rechazo iniciales se hacen pronto evidentes, como lo hace también la paulatina incorporación a las aulas de unos niños con ganas de aprender y la comprensión de unos padres que han ido poco a poco venciendo sus recelos y aceptando a esa maestra empoderada, emancipada y libertaria. La primera escuela transcurre así por senderos didácticos y dialécticos más o menos previsibles, aunque dejando espacio a la complejidad político-social y a los apuntes sobre su tiempo más allá de sus conflictos dramáticos. Se revelan así poco a poco las identidades y heridas de esa maestra y ese alcalde de los que Alexandra Lamy y Grégory Gadebois sacan buenos réditos desde la fortaleza idealista y la contención de unos traumas que los definen más allá del gran tema de fondo o de la atracción de uno hacia la otra.

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