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Feria del Libro de Sevilla
Luis Landero (Alburquerque, Badajoz, 1948) partía ayer de una premisa que le habían dado para inaugurar la Feria del Libro de Sevilla, para la conversación que mantuvo en la carpa de la Plaza de San Francisco con el periodista Jesús Vigorra: el autor de El balcón en invierno o El huerto de Emerson debía hablar del papel del escritor en la sociedad, y abordó el tema con cierta pesadumbre, consciente de que la cultura ha sido reemplazada por la industria del ocio, los intelectuales han perdido peso en el debate público. Pero su charla, amena y lúcida como es su literatura, y en la que se sucedieron una defensa de la imaginación o de la gracia del habla popular y confesiones más íntimas donde el creador reveló sentirse inseguro, devolvía a los asistentes una certeza: que aún debemos creer en quienes cultivan la palabra y el pensamiento.
Landero puso como ejemplo a Buñuel y un capítulo de sus memorias, Mi último suspiro, para recordar que la imaginación se entrena, como los músculos. "Él dedicaba media hora al día a inventarse una historia. Si no tenía ganas, se tomaba un whisky; si no se le ocurría nada, se tomaba dos", contó entre risas, antes de detallar la fórmula que encauza la percepción hasta territorios más creativos, "lentitud, concentración y soledad. Todo lo bueno que ha hecho la humanidad procede de ahí. Si las miramos con paciencia y constancia, las cosas nos revelan sus misterios", aseguró.
"A mis alumnos", explicó Landero, que durante décadas impartió Literatura en la Escuela de Arte Dramático de Madrid, "les decía que todavía que tenían cerca al niño que fueron, porque andaban en los 19 años más o menos, no podían dejar que se les muriera. El secreto del arte está en prolongar la infancia, en perpetuar el asombro. El peor enemigo de la creación es la costumbre, la rutina. Y cuando ese niño que pervive dentro de nosotros se junta con el sabio que podemos llegar a ser por la experiencia, por la edad, se forma un dúo magnífico. Uno pone la intuición, la irracionalidad, que es necesaria para escribir, y el otro el saber y el rigor".
El novelista habló de otros desdoblamientos cuando compartió con el público que había almorzado con Carmen Mola. "Se me hacía raro estar con un autor que eran tres, pero después pensé que yo también soy tres. El que brinda la imaginación, el riguroso que estructura la obra y saca el cartabón, y el estilista que la escribe".
Landero lamentó que en el presente "se ha perdido autoridad moral. Los autores que empezamos en los 70, los 80 o los 90, teníamos un prestigio que nos otorgaba la sociedad. Había articulistas y filósofos de referencia, los políticos y los periodistas eran respetados. Antes te llamaban las televisiones para todo, para que opinaras sobre la guerra de Irak o sobre el póntelo, pónselo, y ahora no, lo cual es estupendo, porque un escritor no tiene que tener un juicio asentado sobre todo. Pero es un síntoma de lo que pasa hoy".
El creador reconoció albergar una inseguridad que atribuyó a su origen campesino y a un padre severo que comparaba a su hijo con la gente "refinada" del pueblo. "Si tengo veinte críticas excelentes y una mala me digo: ¡Este hombre es el que sabe! Pero la inseguridad te obliga a superarte y es una fuente de energía, de fortaleza".
En su casa, "y en la de mis tíos y mis abuelos pasaba lo mismo", rememoró Landero, "no había libros, pero había otro saber, el que se había ido transmitiendo en relatos orales. ¡Cómo hablaban! Con el lenguaje de Cervantes y el Lazarillo, con una agilidad sintáctica y una gracia... Para mí, los mejores escritores son los que saben captar esa riqueza del habla popular y combinarla con el lenguaje escrito, autores como Galdós, Rulfo y Valle-Inclán".
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