Un concierto en estado de desconcierto
MALA RODRÍGUEZ | Crítica
Mala Rodríguez convirtió su regreso a Sevilla en un ejercicio de resistencia sonora entre problemas técnicos, desafines y una desconexión que ni el cariño del público consiguió disimular
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Sé que duele, pero voy a empezar arrancando el esparadrapo de un tirón: este ha sido el peor concierto al que he asistido en meses, e incluso en años, y nunca he escuchado a nadie sobre un escenario desafinar tanto como a Mala Rodríguez anoche en la sala Pandora. Hubo momentos en los que el desconcierto era tal que costaba decidir si lo que se oía era un fallo técnico o una rendición voluntaria al caos.
Y una vez la herida al descubierto voy a intentar que no sangre demasiado y que el dolor se palíe en la medida de lo posible. El concierto formaba parte del festival Insólito y era el único que da en Andalucía de su gira 25 Aniversario – Lujo Ibérico. Era pues previsible y plausible que revisitase ese disco, el primero que editó, vistiendo de nuevo sus canciones con capas electrónicas, por ejemplo; o percusiones que empujasen el fraseo; vientos, quizás… Todo invitaba a pensar en un reencuentro con su propio mito, en un gesto de memoria creativa. Sin embargo, lo que se escuchó fue mucho más convencional y solo tuvimos cuatro de ellas, respaldadas únicamente por las bases y bocinazos que lanzaba Unai Muguruza desde su mesa de DJ. Una de ellas fue El gallo, con la que comenzaron tanto la velada como los signos de que a la voz de Mala le pasaba algo. Desde el primer verso se notaba una tensión impropia, la voz no encontraba su sitio, como si el escenario le quedara torcido. No era solo el sonido confuso que a veces enturbia los conciertos de rap, en los que no se distingue bien lo que rapea el MC, sino que la voz de Mala sonaba forzada, probablemente porque nunca se sintió cómoda durante el concierto. Parecía pelear con el sonido; tocó muchas veces el cajetín del micro inalámbrico que tenía sujeto a su espalda, pidió más graves en los monitores; llegó incluso a detener el concierto tras Lluvia, convencida de que el público no escuchaba bien las bases. La siguiente canción, Por eso mato, la interpretó bajándose del escenario, en la primera línea de público. Y ahí, curiosamente, todo encajó durante unos minutos; contacto directo, en la que fue, sin duda, la mejor pieza de la noche. Del primer disco extrajo también Tengo un trato, obviamente; La cocinera, iniciando la recta final, y Tambalea, que intuyo que estaba destinada a ser la canción que cerrase el espectáculo, que eso era en lo que ya se había convertido desde que invitó a subir a todo el público que quisiese hacerlo al escenario con ella y una de las chicas que se subió me pareció que le pedía que cantase Contigo con ella y alguna de su familia que también estaba allí arriba. Para entonces, el concierto ya era un absoluto despropósito.
Mmmm… creo que lo de paliar el dolor no me está saliendo muy bien. Intentémoslo de nuevo. La gente lo pasó muy bien. Se divirtió de lo lindo bailando y cantando con ella, porque se sabían las letras de prácticamente todas las canciones: Caja de madera, La niña, Tengo lo que tú quieres, en la que invitó a subir a una chica del público para que la acompañase cantando, pero no dio mucho juego porque esta parecía mucho más interesada en darle achuchones; Quien manda, que también sonó bastante bien, menos mal, porque pudimos resarcirnos de un largo parón que le cortó el rollo al público y encima los puso a todos a cantar esto es Sevilla y aquí hay que mamar, llenando el recinto de caspa. En Toca toca y Aguante mantuvo el tipo, pero en Peligrosa batió Mala el récord Guinness de los desafines. Completó el repertorio con Agnus Dei, Por la noche y Ya nos conocemos. Muchas canciones; diecisiete de ellas en una hora y cuarto; pero en apenas un par las palabras recuperaron el filo que tienen en sus versiones grabadas. Y es una pena, porque las canciones de anoche eran en su origen una mezcla de asfalto y duende, con una apreciable densidad narrativa. Démosle a Mala el beneficio de la duda y confiemos en que anoche no pudo luchar contra los elementos y se acomodó para, al menos, y muy honrosamente, hacerle pasar un buen rato a la gente con lo que sí estaba en su mano. Porque si algo demostró la velada, incluso en su naufragio, fue que el público, que llenó la sala por completo, cree firmemente en Mala Rodríguez, aunque anoche no estuviera a la altura de su propio nombre.
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