Paseo por los cantares de España
SORAYA MÉNCID | CRÍTICA
La ficha
****Noches en los Jardines del Real Alcázar. Programa: Obras de M. García, J. Turina, J. Guridi, R. Soutullo/J. Vert, J. Padilla, F. Alonso, F. Chueca, A. Vives, J. Serrano, G. Giménez/M. Nieto y M. Fernández Caballero. Soprano: Soraya Méncid. Piano: Manuel Navarro Bracho. Lugar: Jardines del Alcázar. Fecha: Sábado, 12 de julio. Aforo: Lleno.
Bajo el título de “Cantares de España”, Soraya Méncid y Manuel Navarro ofrecieron un selecto y muy cuidado ramillete extraído de las canciones de concierto españolas, fragmentos de revistas clásicas y romanzas de zarzuela. Y todo desde el principio de la elegancia y del cuidado en el fraseo, complementado con una dicción clarísima (lo que no es fácil en el caso de las soprano) y una prosodia mimada hasta el mínimo sonido.
La voz de Méncid ha ganado de dos años a esta parte solidez, cuerpo y redondez en la franja central, que ahora suena con tonalidades profundas, con cierto grado de oscuridad (pero con emisión clara) que le da un color muy atractivo, a la vez que le permite abordar con mayor solidez un repertorio más central, más de lírica que de ligera. Comenzó con la canción Floris de Manuel García, cantada con gran atención a cada frase y cada acento, sin dejarse llevar por la languidez con la que muchos cantantes abordan esta bella pieza. Quizá esa atención a la elegancia de la articulación ligada privó a su versión del archifamoso polo del contrabandista de ese punto castizo y bolero que tiene. Dos canciones de Turina, Cantares y Tu pupila es azul, sirvieron para que la cantante de Cartaya luciese control del sonido con bellos reguladores y ágiles coloraturas en forma de ayeos. La variedad en el fraseo y en la acentuación tiñó sus versiones de dos de las Canciones castellana de Jesús Guridi. Pero, para quien esto escribe, lo mejor del recital estuvo en las delicadas versiones que sonaron de algunas famosas revistas, especialmente de la inolvidable canción La violetera de José Padilla, huyendo de lo relamido y dándole toda la carga de elegancia. Aquí usó el color y sus tonalidades para jugar con las gradaciones entre la voz natural y la impostada según el sentido del texto en cada frase. Y para Rosalía, de Francisco Alonso, se enfundó las galas aristocráticas de la opereta vienesa en la que el compositor granadino se inspiró tantas veces para sus revistas.
En los fragmentos de zarzuelas Méncid pudo demostrar que la evolución de su voz no ha supuesto pérdida de brillo en la franja más aguda ni control de las agilidades, como se pudo ver en los espléndidos picados de la Canción del ruiseñor o de Me llaman la primorosa, combinados con una manera de frasear llena de intención y expresividad. Y como colofón, mostró su vis cómica en un chispeante y divertido vals de Chateau Margaux cantado e interpretado con gracia y soltura de escena.
Manuel Navarro no sólo fue un acompañante atento y cómplice que dio una lección de cómo usar el rubato como recurso expresivo en la introducción de La violetera, así como de extraer colores del teclado en las piezas de Turina y Guridi. Ofreció también dos brillantes fragmentos a solo que sirvieron para corroborar su control del sonido y su capacidad de matización.
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