Miguel Benlloch en el CAAC: todos los lugares y ni una sola frontera
Cultura
El Centro Andaluz de Arte Contemporáneo inaugura la exposición ‘Bajar la voz. Miguel Benlloch’, un tributo a la trayectoria de un creador disidente y original
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Quizá sea la mirada –no la técnica- la principal cualidad de un creador, pues de la mirada procede lo esencial: el discurso, la personalidad, el acento propio. Esa hendidura desde la que se observa y se define cuanto acontece. Ese carácter que determina los destinos. En el artista Miguel Benlloch, performancero –así se denominó- y poeta granadino, predomina esa importante aptitud de la mirada, la cual se traduce en una trayectoria que inauguró nuevos horizontes y que erosionó viejos convencionalismos. En la idea y en la expresión –la expresión del poema, la expresión de la propuesta-. También en los asuntos que inspiraron a este creador andaluz: la homosexualidad, la contracultura, el antimilitarismo, el papel de las instituciones en la política cultural, la destrucción de toda lógica binaria. Multitud de lugares, y aquí la paradoja, que aspiran a suprimir toda frontera.
La originalidad de la obra de Benlloch –originalidad radical- se percibe en una primera impresión. Es una originalidad que está presente en la apariencia, es decir, en el formato. Si el artista nos quiere hablar de lo cíclico y repetitivo de nuestras vidas, nos lo contará a través de la distribución en espiral de una serie de retratos propios; si el propósito es reflexionar acerca de la injerencia de esa “vida” en la acción política, veremos cómo el sonido de un pájaro se escucha en una conversación telefónica en la que Benlloch responde a una “prevista invasión” a Haití por parte del ejército estadounidense, a principios de los años noventa del pasado siglo.
Hasta el 5 de abril de 2026, el Centro Andaluz de Arte Contemporáneo propone al visitante ‘Bajar la voz. Miguel Benlloch’, una cuidada selección de la producción de este contestatario autor granadino; una producción que mejor se podría definir como una actitud. Porque en la carrera de Benlloch prevalece el concepto al soporte material –a la instalación, al collage, a lo que sea-. Aquí adquiere mayor relevancia lo que se dice. El modo es una cuestión complementaria.
Una voz incómoda, adelantada, agitadora y poética
Comisariada por el curador Rafa Barber Cortell y por el escritor y productor Enrique Fuenteblanca, esta última propuesta del CAAC abarca diferentes salas y patios del museo, en un itinerario que no obedece a la disposición habitual de sus exposiciones. En un claro paralelismo con la forma que Benlloch tuvo de entender el arte –ajeno siempre a lo normativo-.
Los comisarios de la muestra, en la presentación a los medios, indican que será el propio visitante el que elija cuál es el camino más idóneo para descubrir las creaciones del artista. “Lo adelantado que fue el trabajo de Miguel a la hora de entender el mundo contemporáneo”, precisa Fuenteblanca. Un trabajo de carácter “colectivo”, etiquetan. Benlloch creyó en un arte elaborado a base de una suma de voces, de nombres, de improntas. El arte como un espacio compartido. Siempre en diálogo. Siempre predispuesto a la escucha. Al otro. De ahí el título de esta exposición: cuando bajamos la voz, escuchamos a los demás. Y enriquecemos nuestro criterio y, claro, la mirada.
Tan sólo una serie de “esferas iridiscentes” ayudan a guiar, a modo de sugerencia, los pasos del público. Quien acuda al antiguo monasterio de la Cartuja verá estas circunferencias colocadas en las capillas de Santa Catalina, de San Bruno, de la Magdalena; en el patio Prioral, en el patio de Pérgolas; en la Bodega. Esta última quizá la zona más desconocida para el público. También, por su contenido, la más representativa de la muestra.
La “bodega” funciona como símbolo del pensamiento underground de Miguel Benlloch: de la militancia comunista en los años setenta a la categórica oposición a la OTAN; de la fundación del Frente de Liberación Homosexual de Andalucía a la constitución de la Plataforma de Reflexión sobre Políticas Culturales, organización que planificó protestas en torno a la gestión de la primera Bienal de Arte Contemporáneo de Sevilla. A propósito de estas protestas observamos una fotografía de la Giralda. Por el campanario de la torre desciende una pancarta negra en la que se lee: “BIACS no. Arte todos los días”.
Subimos de esa “bodega subterránea” –concepto que evoca lo clandestino, lo que queda en los márgenes- y entramos en la capilla de la Magdalena. En este espacio se reflexiona acerca de la enfermedad y la muerte y, en una de sus paredes, se proyecta el audiovisual Tengo tiempo, en el que Benlloch aplica lo performativo a “cuestiones de género”. Al salir de la capilla nos encontramos con una recopilación de poemas antibelicistas, ideados entre 1900 y 2018, cuyo título es Epigramas contra la guerra. Se trata de un conjunto que sintetiza una obra que pretende ser “incómoda, política” y que refleja a un artista “transgresor”, tal como lo calificó Jimena Blázquez, directora del museo, en el encuentro con la prensa.
Cada pieza que constituye el contenido de esta exposición encuentra afinidad con la historia del edificio. “Con su pasado árabe, colonial, militar, religioso”, recuerda Fuenteblanca. Una complicidad que contribuye a resignificar las diferentes estancias del museo. Similar a lo que Benlloch buscó en la obra Los lares de la casa, “por primera vez expuesta al público”, informa Barber. Tras un cristal vemos altares, pequeños altares, que aluden a escenas cotidianas. Así se convierte el artefacto sacro en un tributo a nuestras cotidianeidades. Un ejemplo más de los múltiples intereses del artista andaluz. De este creador que tanto lugares visitó, abriendo sus puertas, y, lo más difícil, suprimiendo sus fronteras, borrando los límites.
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