La muchedumbre solitaria

La vacuna contra la insensatez | Critica

Ariel publica La vacuna contra la insensatez, obra del pensador toledano José Antonio Marina, donde continúa con su teoría multidisciplinar de la inteligencia, de linaje ilustrado, cuyos logros últimos deben ser la dignidad y la felicidad del ser humano.

El filósofo y pedagogo José Antonio Marina. Toledo, 1939
Manuel Gregorio González

10 de agosto 2025 - 06:00

La ficha

La vacuna contra la insensatez. Tratado de inmunología mental. José Antonio Marina. Ariel. Barcelona, 2025. 352 págs. 21,90 €

La vacuna contra la insensatez, subtitulada como Tratado de inmunología mental, parte de un hecho obvio, como es la propensión del ser humano a dejarse embaucar; y llega a una conclusión igualmente manifiesta, como es el esfuerzo continuo de nuestra especie por un conocimiento preciso de su entorno. Esto es, por una lucha contra el error, la confusión y el engaño. Toda esta preocupación por inmunizarnos no es, sin embargo, una preocupación en abstracto, sino una resolución contra unos hechos concretos, perfeccionados en las últimas décadas, y que Marina ejemplifica, ab initio, en el reciente éxito electoral de Donald Trump, donde a la irrelevancia de la verdad y la sencillez de sus proclamas, se une, en perfecta simbiosis, la difusión en red de un discurso poco respetuoso con los hechos. Al modo en que las redes contribuyen a diseminar este pensamiento, Marina lo ha llamado “la industria de la persuasión”. Al resultado de tales labores, donde el sujeto vibra y centellea, como una mosca encapsulada en el micromundo de sus preferencias, diestramente alentadas por el algoritmo, Marina lo ha llamado la “muchedumbre solitaria”.

La inteligencia crítica de Marina obra contra la posmodernidad de Lyotard, Foucault, Vattimo, Bauman y Derrida

Se divide, pues, este ensayo en dos mitades complementarias: aquella donde se diagnostica el mal que nos aflige, enunciándose las diferentes vías con que se incita a la credulidad, el pensamiento pueril y los deseos primarios. Y otra segunda, en que se arbitra una solución -una vacuna contra la insensatez-, a esta querencia humana por la comodidad, la emotividad y el simplismo. Ninguno de ambos aspectos resultará extraño al lector. Pero sí la presentación del pensamiento crítico como herramienta de la felicidad y conjuro contra un pesimismo inducido por las instancias que hoy modelan el mundo, y que usan las debilidades humanas para perpetuar y acrecentar su influjo. A ello se añade, como veremos, el retardario y funesto pensamiento posmoderno, de Lyotard y Foucault a Bauman y Derrida, donde la verdad se ha disuelto en el aire del discurso. Vale decir, bajo la sombra lábil y amorfa del poder. Todo este inmenso drama presentado por Marina: la credulidad humana por un lado, y la perspicacia de nuestra especie, por otro, deben concebirse como formidable epifenómeno de la masa, la cual actúa de coadyuvante necesario para una estupefacción de ámbito universal, alentada por las técnicas de promoción y propaganda.

Es fácil seguir la huella cultural de la masa, desde su presentación inicial como multitud, que asoma primeramente en Goya, Poe y Baudelaire, y cuya naturaleza penal estudiaría Azaña en su tesis doctoral de 1900. De aquella multitud vagamente responsable, pasaremos al Miedo a la libertad de Fromm y La sociedad opulenta de Galbraith. De ahí se sigue el inopinado triunfo de Skinner y Paulov en el mundo hipervinculado de los likes y los productos “personalizados” por el algoritmo, el cual nos sirve mientras nos modela y nos subyuga. En tal sentido, Marina recuerda que una sociedad estabulada y segregada individualmente es una sociedad estática y pesimista, propensa a la manipulación. Y también que es el pensamiento crítico, de raíz ilustrada (el sapere aude que reclama Kant al final de Qué es la Ilustración), el que nos protegerá contra la sugestiva maraña foucaltiana. La verdad existe, dice Marina, como se desprende del saber científico. Y es a partir de esta capacidad de verificación y falsación, propia del humano y necesaria a la ciencia, como el hombre será capaz de arbitrar soluciones (para Marina, la inteligencia es un hacer) que procuren un objetivo también ilustrado, como es la felicidad, no solo del individuo, sino de la sociedad, quien se ha otorgado previamente poderosos instrumentos para conseguirlo. Por ejemplo, el derecho.

Marina distingue, pues, dos niveles o formas de inteligencia: una inteligencia generadora, que reacciona a las trampas y asechanzas del mundo; y una inteligencia ejecutiva, quien discrimina y escoge entre las soluciones ofrecidas por la inteligencia generadora. En el primer tramo de esta inteligencia dual, se hallan las fallas cognitivas por donde la realidad nos tienta con sus engaños. En otra fase ulterior, se encontraría la instancia que nos permite eludir soluciones urgidas por el deseo, la impaciencia, el miedo, la pereza o el odio. No sin perspicacia, Marina cree adivinar en la Caída, en el episodio mítico del Pecado Original, una huella de aquel momento inicial en que el ser humano descubre que la evidencia que procuran los sentidos resulta, en ocasiones, un mero fallo gnoseológico, un ardid de la inteligencia, un vertiginoso espejismo del entendimiento.

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