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Artes Escénicas

Volver a empezar (y hacerlo con mucho brillo)

  • Dos Proposiciones estrena la semana próxima en el Lope de Vega 'P de partida', una reflexión sobre la suerte

Arturo Parrilla, Anna París, Raquel Madrid e Isabel Vázquez, caracterizados como los personajes de ‘P de partida’.

Arturo Parrilla, Anna París, Raquel Madrid e Isabel Vázquez, caracterizados como los personajes de ‘P de partida’. / Juan Carlos Muñoz

Cinco años después de estrenar Hay cuerpos que se olvidan, en el que se servía de las fases del duelo y de estados como la negación, la ira o la aceptación para hablar del castigado sector de la danza, la actriz y bailarina Raquel Madrid se interroga ahora en P de partida por conceptos como la fortuna, los reveses del destino y las nuevas oportunidades. Tras aquel solo, un verdadero tour de force en el que la intérprete exhibía sus múltiples talentos, Madrid regresa arropada por tres compañeros bien conocidos de la escena sevillana, Arturo Parrilla, Anna París e Isabel Vázquez, en una propuesta muy coral, una producción de su compañía Dos Proposiciones en colaboración con Gestora de Nuevos Proyectos (GNP), que se estrena la semana próxima, el 5 de diciembre, en el Teatro Lope de Vega.

En esta creación colectiva, sus protagonistas recrean "esos puntos de partida que tenemos todos a lo largo de nuestra historia", explica Madrid, "eso de volver a empezar cuando creías que tenías la vida bien atada y llega un zasca". ¿La suerte se trabaja, como tanto se dice, o hay golpes inesperados que te dejan sin capacidad de maniobra, a veces incluso tocado y hundido? "Hemos interiorizado esa teoría de que se sale de todo, de que siempre se sobrevive, pero ¿y si hay gente que no lo consigue? Nos planteábamos esas cuestiones", analiza la artista sobre un trabajo que se rebela contra "esta tendencia de que todos somos estupendos en apariencia, de que no puedes estar mal, esta costumbre de mostrarte a los demás con mucho brillo y mucho exceso".

Unas circunstancias que el equipo de P de partida traslada a un camerino donde los personajes, "tras mostrarse divinos en escena, se enfrentan a sus realidades en la intimidad", cuenta Madrid. Así, los protagonistas de la obra, definidos en las notas promocionales como "Sísifos de color, condenados a subir sus piedras hasta la cima para luego verlas rodar otra vez", se enfrentan a situaciones dispares: "Hay crisis existenciales –prosigue Madrid–, un punto de partida amoroso, alguien que ha decidido confiar en sí mismo, y luego está el papel de Anna, que a mí me encanta, una mujer con una gran coraza, que siempre va a tirar adelante y que no deja que nada le afecte". Vivencias en cuyo trazo no faltan el exceso –"nos encanta Bob Fosse, que te contaba una tragedia con todas las luces y el cabaret"– ni "el sarcasmo, porque la risa ayuda a sobrellevar el drama, el humor funciona como mecanismo de defensa".

Madrid, como sus compañeros, tiene un currículum extraordinario: es licenciada en Arte Dramático y Derecho, se formó en Danza Contemporánea en el Conservatorio de Sevilla, estudió circo en Bristol y se especializó en telas aéreas, ha girado por los países más diversos... pero no es ajena a los sinsabores de una profesión tan emocionante como ingrata. "Todos conocemos esas horas de camerino entre un pase y otro, ese momento vital en que esperas que te pase algo bueno, y vas ataviada con un disfraz barato, estás metida en un proyecto cutre y tocas fondo", admite una "activista de la cultura" que ha encontrado en la labor en entidades como la Asociación Andaluza de Danza (PAD) un vehículo para pelear por la dignidad del sector. "Esto de las artes escénicas parece muy individualista, vas con el ego por delante, que si mi espectáculo, mi producción...", señala la actriz, "pero yo tengo claro que si le va bien a todos me irá bien a mí, y que debemos trabajar para que la danza y el teatro estén en el sitio que merecen".

Los intérpretes, en otra imagen. Los intérpretes, en otra imagen.

Los intérpretes, en otra imagen. / Juan Carlos Muñoz

Ese sentimiento de pertenencia y comunidad se da en los miembros del reparto: han encontrado tal sintonía que "incluso tenemos un problema grave con la risa, a veces empezamos y nos cuesta parar", confiesa Madrid, antes de elogiar a sus cómplices en esta aventura. "Arturo es un hermano con el que he colaborado mil veces desde que nos conocimos en Isla Mágica. Anna es una maravillosa profesional, ¡y se trabaja tan bien con ella! E Isabel... Admito que me daba apuro dirigir a una intérprete de su trayectoria, pero es como una niña de 15 años: se presta a todo, se entrega". Fueron los propios actores los que escribieron los textos con los que Cipri López ha realizado la dramaturgia. "Él vive ahora en Suiza, y yo necesitaba a alguien de fuera que aclarara mis dudas tras un ensayo, que estuviera ahí. Ha puesto orden y ha dado sentido a nuestras ideas", valora Madrid.

Embarcarse en P de partida ha sido para sus creadores un proceso de conocimiento. "Yo salgo de esta experiencia con algunas nociones más claras", asegura la intérprete. "Ya va siendo hora de que asuma mi barroquismo, soy andaluza, no puedo evitarlo. En un principio planteé una propuesta muy zen, sobria y minimalista, pero la obra, ahora, debería llamarse El Garlochí. No puede haber más brillo y más dorado", bromea. Preparar este espectáculo ha provocado que Madrid abandonara definitivamente antiguas certezas. "Recuerdo que cuando tenía 17 años me decía: Ay, eso que hacen los artistas de explorar sus propias emociones, de mostrar su historia en público, yo no voy a hacerlo. ¡Y aquí estoy! Mira, a esa muchacha le diría ahora: O hablas de lo que conoces, de lo que te ocurre, o vete para tu casa. Al final es verdad que lo personal es universal, que recurrir a ello es lo que va a dar autenticidad a tus trabajos. Ha sido bastante revelador: me he asumido como barroca y he sabido que necesito hablar de mí, y que no hay nada de malo en ello".

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