Parov Stelar incendia la Plaza de España y su DJ la apaga después
ICÓNICA SANTALUCÍA SEVILLA FEST
El artista austríaco deslumbró con un espectáculo frenético y elegante de electro swing, soul, funk, ska y house, acompañado por una banda arrolladora y una puesta en escena vibrante. La ausencia de Vitalic y un DJ decepcionante no empañaron una noche para el recuerdo
Jean-Michel Jarre deslumbró con un despliegue visual tras el que se quedó la música
Sentado a mediodía en mi estudio recordaba lo distintos que suenan Booty Swing o All Night frente a los altavoces, pero nada me había preparado para la intensidad que se vive en un concierto en directo de Parov Stelar; la comunión de una masa entregada, el latido del bajo, el choque de metales y la presencia misma del artista. En la Plaza de España, formando parte de la noche con la que empezaba la recta final del Icónica Santalucía Sevilla Fest, a la que asistieron poco más de 2.000 espectadores, Parov demostró que su propuesta escénica es única. Al menos yo no había visto hasta ahora nada similar. Y me trago más de 250 conciertos al año.
El setlist fue un auténtico viaje por las etapas de su carrera, desde los tempranos sampleos de Fats Waller, con la chispa que alumbró el primer electro swing de esta noche hasta los sonidos más recientes de Moonlight Love Affair (2022) y fragmentos inéditos con ecos de soul-funk, ahí estuvo Django’s Revenge, con todos los metales como protagonistas, al borde del escenario, y de blues, con la maravilla de The Burning Spider. La mezcla fue elegante, equilibrada y sorprendente.
La sección de metales brilló con luz propia. El saxofonista Sebastian Grimus, la trompeta de Alex Valdés y el trombón de Jakob Mayr se movían en perfecta sincronía, llevando a cabo solos enérgicos que levantaron al público. Valdés, además, aportó un toque de humor en escena, bromeando con el público en varios interludios, como cuando después de tomarse unos tragos de vino blanco -que en realidad parecía agua- usó la copa de cristal como sordina de su trompeta en Gringo y nos invitó a imitar con nuestra voz los sonidos de su instrumento, reforzando la sensación de cercanía y complicidad, hasta que el golpe seco del bombo volvió el tema a su cauce y nos puso a todos a bailar de nuevo.
Michael Wittner, al bajo y la guitarra, destacó especialmente en Catgroove, con un solo de bajo potentísimo; una línea funky, casi reminiscentes de Flea en Red Hot Chili Peppers, que escaló hasta convertirse en uno de los momentos más vibrantes del show, que ya estaba terminando, desgraciadamente. Recordé cómo los samples de sus guitarras en versiones como The Invisible Girl del Parov Stelar Trio daban una pincelada más orgánica y encantadora.
La columna vertebral del espectáculo fue la batería de Hans Juergen Barth -alias Willie Larsson Jr.-, que equilibró los ritmos electrónicos con su estilo swinging y arrítmico, llevando la fiesta a otro nivel de ritmo y groove. El público creo que lo notó, porque la pista se electrificaba cada vez que golpeaba los tambores. Dos vocalistas arrojaron un contraste armónico y visual perfecto. Elena Karafizi aportó una frescura absoluta con su voz potente, cercana y elegante, que hizo vibrar a la plaza, además de improvisar letra en Catgroove para sorpresa y deleite de todos. Anduze, con su voz funky tintada de soul, firme y segura, mantuvo el ambiente cálido y emotivo. Hubo un momento muy especial, cuando incluso tuve que ponerme a bailar, porque empezó a sonar una canción para los abuelos, como yo, Grandpa’s Groove, que empezó con una línea de bajo juguetona hasta que los metales entraron a matar. La Plaza de España se convirtió en un antro mezcla del mítico Cotton Club y cualquier club berlinés de medianoche.
El concierto reafirmó la filosofía de Marcus Füreder -que es el nombre real de Parov-, que consiste en combinar música y arte visual como un todo compacto. Efectos de iluminación retrojazz, humo puntual y pantallas visuales acompañaron cada mezcla de electro swing, funk, blues, house y ska, un ritmo que siempre estuvo presente. The Invisible Girl sonó oscura, sensual, elegante; Elena era una femme fatale que caminaba entre sombras sonoras. A Little You fue más emocional que explosiva, bajó el pulso y acarició más que sacudir; si el concierto hubiese sido una montaña rusa, este sería ese momento en el que se contempla el cielo antes de volver a caer. Y Mojo Radio Gang fue esa caída; ritmo swing frenético, metales desatados y una energía que se multiplicó. El saxo improvisaba, la batería marcaba el pulso del desmadre y Parov, que para eso era el DJ del grupo, lo mezcló todo con precisión absoluta. La voz soul de Anduze, deslizándose como terciopelo sobre una base funky y contagiosa en All Night marcó el final del set.
La versatilidad quedó clara cuando sonó Mambo Rap, que en realidad debería haberse llamado Mambo Ska y contuvo un guiño al Sweet Dreams Are Made of This de los Eurythmics, junto a los clásicos de 2006 a 2022, un repertorio tan variado que cumple la misión de la gira, recorrer las distintas etapas de su carrera sin fisuras. Antes de que la interpretaran habíamos escuchado el primero de los bises, Keine Melodien, con Parov solo en el escenario hasta que se fueron sumando los demás para encadenarle Voodoo Sonic —¿cuántos breaks tuvo?, perdí la cuenta—. El final se veía cercano; Sebastian nos gritó: sois una gente maravillosa, esta es una noche mágica; esta canción es para vosotros, antes de comenzar Toy Boy, un vals electrónico, un suspiro después del frenesí, que nos dejó a todos entre la nostalgia y la fascinación. Ese no podía ser el final, así que volvieron de nuevo para Catgroove, que fue el clímax absoluto; saxo desbocado, beats irresistibles, fue la pieza que convirtió el escenario en una jungla hedonista, antes de retirarse todos definitivamente con el contagioso ritmo de charlestón de Clap Your Hands. Por si no había quedado claro que esto era un concierto de electro-swing.
Fue un viaje emocional, con energía a raudales, nostalgia vintage, momentos íntimos con el público, humor, improvisación y un despliegue instrumental de alto nivel. Un espectáculo diseñado para todos los fans, veteranos y recién llegados. El sampling intenso, la fusión de géneros, la libertad del jazz y la estructura del house continúan siendo la firma de Parov Stelar.
La noche llegó marcada por una ausencia dolorosa. El DJ francés Vitalic no pudo volar a Sevilla debido a los graves incendios forestales que asolan el sur de Francia. Las llamas, que devoran vida, paisaje y memoria, interrumpieron no solo su viaje, sino también el pulso de tantos pueblos atrapados entre el humo y la pérdida. Desde aquí expresamos nuestra solidaridad con todas las personas afectadas y nuestro más firme rechazo a la irresponsabilidad, y en demasiados casos, la criminalidad, que está detrás de muchos de estos fuegos. Que esta crónica sirva hoy también para alzar la voz por esos montes heridos.
Perdimos con el cambio. El Siciliano, habitual DJ en las giras de Parov Stelar nos echó del recinto a la mitad de su set. Cuando digo nos echó me refiero a que conmigo se fue mi compañero de pinchadas, DJ Warzaw, con el que suelo estar en estas ocasiones para ver si aprendemos algo que aplicar a nuestras sesiones. La de anoche sirvió para saber lo que no hay que hacer. Cuando llevaba un cuarto de hora pinchando nos mirábamos diciendo: este tío lleva todo este tiempo abusando solo de los Chemical Brothers y el Afterparty de Artbat, si sigue así se ventila la sesión entera con ocho temas. No creo que anduviésemos muy descaminados. Siguió con algo tan vulgar como los gritos de Freddie Mercury en el Live Aid, para subir bastante el nivel con la preciosa voz de Sarah McLachlan en su asociación con Delerium y después perder totalmente los papeles con la interminable Baiana de Space Motion, el peor mix del Jingo de Santana que he escuchado en mi vida y esa cosa llamada Yo soy Candela, de Mirko Boni, que tenía a la pista de la plaza sumida en el más absoluto aburrimiento. Mientras nos castigaba con otra mezcla del Misirlou, aún más abominable que la de Jingo, mi compadre y yo cambiamos la música por las croquetas de Lalola —mucho mejores que lo que pinchaba, ¿dónde va a parar?— y cuando nos las terminamos enfilamos la avenida hasta la salida, intentando dejar atrás lo antes posible lo que estaba haciendo con El Flamenco de Mestiza tras una -llamémosle- mezcla infame con parada de varios segundos incluida. El caso es que yo esperaba con interés que pinchase la remezcla que él ha hecho de Pink Electric Shoes, de Parov Stelar, la segunda de las que hicieron estos en su concierto anterior, con la que empezó a brillar la voz de Elena, pero sin saber a ciencia cierta si la haría, consideré que la espera para ello era un peaje demasiado caro.
Y sin embargo, lo esencial ya había ocurrido. Parov Stelar y su banda habían convertido la Plaza de España en un organismo vivo, en una pista de emociones donde el swing, el funk, el blues, el ska y el house se dieron la mano para ofrecernos algo irrepetible. Lo del DJ quedó como una nota al pie prescindible en una noche que, por todo lo demás, mereció —y mucho— la pena. Porque cuando la música vibra así, cuando una banda suena tan afilada y tan humana, no hay after que la pueda eclipsar. Cuando iba camino a casa llevaba las croquetas en el estómago agradecido y también el alma bailando.
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