¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Ussía, el último acto del “otro 27”
PIMPINELA | Crítica
El Auditorio de Fibes se convirtió anoche en la redacción más peculiar del mundo. No se dieron noticias de política ni de deportes, sino de amores fallidos, infidelidades y reconciliaciones imposibles. Y los presentadores, claro está, fueron Lucía y Joaquín Galán, alias Pimpinela, que con su gira Noticias del Amor siguen demostrando que el melodrama musical nunca caduca.
Durante más de dos horas, el dúo argentino convirtió el escenario en una especie de telenovela con titulares sentimentales, donde cada bloque estaba dedicado a una década distinta y a la evolución del amor según el parte informativo de los hermanos. Todo acompañado de pantallas gigantes con imágenes, noticieros ficticios y hasta los videoclips originales de algunos de sus éxitos, como para recordar que llevan más de cuatro décadas dramatizando nuestras miserias románticas. El público sevillano, mayoritariamente femenino, respondió con entusiasmo incesante y desde los primeros compases no hubo un solo silencio en la sala. Aplausos, coros y móviles fueron el telón de fondo de un espectáculo que mezcló la música con una reflexión social sobre cómo ha cambiado —o no tanto— la forma de amar a lo largo del tiempo.
El show arrancó con Vivir sin ti no puedo, porque Pimpinela no tuvo piedad; desde el minuto uno puso al público a recordar viejas heridas. Luego, con Esto no es amor y Yo que soy, la cosa subió de voltaje con bailarines en modo eléctrico, confirmando que la desgracia amorosa se digiere mejor con coreografía. Enseguida, la pantalla gigante se convirtió en noticiero de archivo, proyectando imágenes de los años sesenta: Beatles, hombres con traje impecable, mujeres impecablemente resignadas y un mundo en blanco y negro donde las relaciones parecían tan rígidas como las hombreras de aquella época. Sonaron canciones como Fuera de mi vida, Me hace falta una flor, Cómo le digo, Nunca más, olvídalo y hasta, para abrir el bloque, una versión retro de Cuando, cuando, cuando, encadenada a otros éxitos de la época como Il ballo del mattone de Rita Pavone, como con el dúo y sus bailarines en plan vintage.
El viaje siguió hacia los setenta, década de rebeldía y amor libre… bueno, libre también pensaba yo, que en mis tiempos de COU iba a las fiestas universitarias de la Hornacina, el Borrego, a ver si ligaba y ninguna de aquellas chicas, apenas 2 o 3 años mayores, me hacía ni puñetero caso. Joaquín apareció en la pantalla con look nostálgico de pantalones de campana, mientras Lucía señalaba que ese fue el inicio de que las mujeres dejaran de callarse. La gente aplaudió con entusiasmo esta terapia feminista incluida en la entrada. La guinda fue una versión de los Bee Gees, How deep is your love, que transportó al Auditorio directo a una Fiebre del sábado noche domada y finolis. Bailarines con trajes brillantes y pasos discotequeros añadieron la nota kitsch necesaria. En este bloque también entraron Corazón gitano, Este estúpido que llama -la primera y creo recordar que única de las canciones en la que él no es el malo de la historia, sino ella- provocó risas cómplices; Joaquín defendiendo que los hombres no éramos tan tramposos y las mujeres en la platea respondiendo con carcajadas que decían lo contrario.
En los ochenta, el noticiero sentimental habló de la caída del muro de Berlín y la legalización del divorcio y, de paso, de que ellos mismos eran vistos como hermanos raritos que se pasaban el tiempo peleando en un escenario, con una banda sonora previa de lo más intensa: Dímelo delante de ella, encendiendo los coros del público; Ahora decide, Valiente y El cuento de nunca acabar, y otra posterior no menos apasionada con A esa, coreada con furia por todas aquellas a la que alguna vez han dejado; y también un homenaje a un amigo, con Dyango apareciendo en video en Por ese hombre para recordarnos que hasta los colegas se pueden llevar al amor de tu vida. Son Cosas del amor, como cantaban en la letra de la canción siguiente, a la que siguió Yo, dueña de la noche, con el público convertido en coro monumental para estallar al final en uno de los mayores aplausos de la noche y gritos unánimes de Lucía, Lucía, Lucía.
En el bloque noventero los Galán recordaron la llegada de internet y los cambios sociales que vinieron con él. Esta sección llegó con un poco de sabor tropical. Mañana, en versión cumbia, hubiese convertido el Auditorio en pista de baile improvisada si no fuese porque todos estábamos sentados. El momento estelar fue Traición, interpretada con todo el dramatismo de un culebrón televisivo, con sus intrigas entre amigos, sus miradas cruzadas y un puñal metafórico directo al corazón con sorpresa final para quienes, como yo, no conocían la canción. También sonaron La telenovela y Se va, se va, con dos fans que dieron mucho juego, subidos al escenario, desatando un caos encantador en pleno directo.
En Sevilla tampoco se olvidaron de sus raíces españolas; son hijos de Joaquín, un asturiano que emigró a Argentina, y dedicaron unas palabras a la tierra de su padre y a los inmigrantes que buscan una nueva vida lejos de casa. El gesto fue recibido con una ovación cálida y prolongada que remarcó el momento emotivo de las palabras de Lucía dedicando a su madre, María Engracia, sin la que su carrera nunca hubiese existido, la canción El amor no se puede olvidar, mientras un mar de móviles iluminaba la sala. Luego llegó La familia, con mesa puesta y brindis incluido, porque Pimpinela sabe que no hay mejor cierre que un banquete familiar, aunque sea simbólico. Aprovechando que estaban todos juntos Joaquín fue presentando a la banda que los acompañaba: Gabino Rodríguez a los teclados, Javier Coki a la guitarra, Diego Valcárcel a la batería, Sebastián Garay al bajo, Gaby Goldman al piano, además de ser el director musical; y los coristas, Karina ella y Tavi él.
El último bloque del noticiero habló de la inteligencia artificial, de las redes sociales y la constatación de que, a pesar de los avances tecnológicos, seguimos discutiendo igual que en los ochenta. Y enamorándonos de quien no debemos, como demostraron en Cuando lo veo y Lloro, encadenadas en una sola historia, interpretadas después de La trampa, que habla de secretos que es mejor no conocer. Siempre viene bien recordar que el mal de amores no entiende de sexo ni edad. Para entonces el público ya estaba entregado, pero todavía faltaba el clásico indiscutible: Olvídame y pega la vuelta, coreado como si fuera el himno oficial del despecho. Aquí quedó más claro que nunca el entusiasmo del público, que cantó cada verso con la misma pasión que si fuera la primera vez que se interpretaba en directo. Tras ese estallido, el final se alargó con Hay amores que matan, Una estúpida más y Cuánto te quiero, confirmando que el repertorio de Pimpinela es eterno mientras sigamos cayendo —y volviendo a caer— en las mismas historias de amor y desamor.
En resumidas cuentas, el concierto de anoche fue un informativo del corazón con música en directo, un repaso a medio siglo de dramas sentimentales, un recordatorio de que todos hemos sido protagonistas de un dímelo delante de ella en la vida real. Terminó con ovaciones, risas, lágrimas y el alivio de saber que, por lo menos, a todos nos pasa lo mismo. Fue terapia de pareja con efectos especiales.
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