Redford, una conciencia de América
Siempre buscó, en el compromiso ético, los caminos alternativos para no ser considerado únicamente como el gran icono sexual masculino del cine norteamericano
Muere el actor Robert Redford a los 89 años
A pesar de su radiante aspecto físico y de su belleza blanca y rubia, o tal precisamente por eso mismo, Robert Redford quiso buscar siempre en el compromiso ético y en los márgenes del mainstream hollywoodiense donde siempre fue rey, los caminos alternativos o la escapatoria personal para no ser considerado únicamente como el gran mito e icono sexual masculino del cine norteamericano de su tiempo, un tiempo que se dilató al menos tres décadas desde los sesenta y que se prolongó incluso más allá en sus contadas apariciones de madurez hasta su despedida en 2018 en la estupenda y autorreferencial The old man & the gun.
Lo hizo siempre seleccionando papeles a la medida de un cierto peso moral y una innegable conciencia cívica, crítica y política (El candidato, Los tres días del Cóndor, Todos los hombres del presidente, Brubaker, El jinete eléctrico, La última fortaleza, La verdad), que alternó sus simpatías indistintamente entre el partido Demócrata y el Republicano en función de sus políticas y personalidades concretas, pero también en su doble faceta como director, con títulos de peso medio, prestigio literario y voluntad intimista o desmitificadora (Gente corriente, El río de la vida, Quiz Show, El hombre que susurraba a los caballos, La leyenda de Bagger Vance, Leones por corderos, Pacto de silencio) en una industria cada vez más escorada hacia el espectáculo, y, sobre todo, como impulsor, mecenas y rostro visible de un festival destinado a dar voz al cine independiente antes de que la etiqueta indie acabara engullida por los Weinstein de turno o terminara en las candidaturas al Oscar o acompañando a la producción comercial y a los géneros populares con renovado pedigrí de autor (A24).
Inaugurado en 1978 en la localidad montañosa de Salt Like City en el Estado Utah y tomando el nombre de su personaje en Dos hombres y un destino, el Festival de Sundance y sus correspondientes Sundance Institute (1980) y Sundance Channel (1996) nacían y se expandían para apoyar y promocionar el cine de bajo presupuesto hecho fuera de los grandes estudios y a las jóvenes promesas de la profesión, aunque pronto se convirtió en un nuevo escaparate internacional y un campo de pruebas para los distribuidores y su capacidad para proyectar desde allí a los nuevos valores del cine norteamericano, con especial atención a las minorías o colectivos no visibilizados en la gran pantalla. De Sundance salieron, por ejemplo, títulos hoy de culto como Sangre fácil de los Coen o Extraños en el paraíso de Jim Jarmusch, cineastas hoy en plena de madurez y sin los que no se entienden el trazo más iconoclasta o las escrituras más personales del cine estadounidense de los últimos treinta años.
Pero no sólo. Lejos del cine, Redford también se adentró pronto en lo que hoy llamaríamos activismo con su apoyo a la campaña electoral de Jimmy Carter en 1976, la publicación de un libro, The outlaw trail (1977), en el que denunciaba la expansión imperialista de Estados Unidos en plena Guerra Fría, o poniéndose en primera línea de reivindicaciones y búsqueda de fondos para la comunidad india americana, la lucha por los derechos del colectivo LGTB o diversas cuestiones medioambientales, consiguiendo incluso la paralización de la construcción de una central eléctrica en Utah, el lugar en el que decidió vivir hasta su muerte, lejos de la farándula y los focos, y de donde sólo salía para promocionar sus películas, acudir a su festival y dar su apoyo a nuevos combates cívicos, artísticos y sociales que lo requirieran.
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