Exploración sinfónica del alma eslava
ROSS. Ciclo Sinfónico 2 | Crítica
La ficha
REAL ORQUESTA SINFÓNICA DE SEVILLA
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Ciclo Sinfónico 2. Solista: Dmitri Shishkin, piano. ROSS. Director: Álvaro Albiach.
Programa:Sinfonía eslava
Antonín Dvořák (1841-1904):Polednice (La bruja del mediodía) Op.108 B 196 [1896]
Serguéi Rajmáninov (1873-1943): Rapsodia sobre un tema de Paganini en la menor Op.43 [1934]
Antonín Dvořák: Sinfonía nº7 en re menor Op.70 B 141 [1885]
Lugar: Teatro de la Maestranza. Fecha: Jueves 16 de octubre. Aforo: Dos tercios de entrada.
Dmitri Shishkin (Cheliábinsk, Rusia, 1992) abordó las Variaciones sobre un tema de Paganini de Rajmáninov con un despliegue de energía y brillantez técnica que mantuvo en vilo al público. Su sonido, amplio y poderoso, de típica escuela rusa, dominó el espacio con autoridad, imponiéndose incluso sobre una Real Orquesta Sinfónica de Sevilla que, bajo la batuta de Álvaro Albiach, no siempre logró acompasarse al pulso febril del solista. El diálogo entre ambos tendió a la subordinación más que al intercambio, con una orquesta que a menudo marchó un paso por detrás, casi a rastras. En el plano expresivo, Shishkin mostró menos afinidad con la vertiente lírica y meditativa de Rajmáninov: las variaciones lentas, como la XII y, sobre todo, la celebérrima XVIII, adolecieron de cierta rigidez, con una cantabilidad más sugerida que plena, lo que limitó su vuelo melódico. Su éxito fue en cualquier caso espectacular, y el pianista ofreció un par de propinas. Como parecía lógico, resultó más convincente con el ejercicio virtuosístico de Prokófiev –una transcripción de un movimiento de su Sinfonietta–, ejemplar en materia rítmica, que con la miniatura lírica de Medtner, aunque su fraseo adquiriera ahora algo más de sustancia poética.
El concierto, titulado Sinfonía eslava, se abría y cerraba con Dvořák, referencia ineludible del temperamento musical checo y de la identidad eslava que impregnó toda la velada. En La bruja del mediodía, el valenciano Álvaro Albiach (Liria, 1968) ofreció una lectura de gran refinamiento tímbrico, atenta a los contrastes de textura y a la tensión narrativa. Las maderas –particularmente inspiradas– alcanzaron un grado de precisión y empaste excepcionales, con intervenciones de verdadero relieve sobre un entramado de cuerda más discreto, quizá por la reciente incorporación del finlandés Juho Valtonen como asistente de concertino, que para la ocasión ocupaba el puesto principal, cuya titular es Alexa Farré. La pieza, entre el cuento y la ensoñación, respiró una energía controlada, con un tratamiento muy cuidado de las dinámicas que puso en valor la capacidad del conjunto para el matiz.
En la Séptima sinfonía del maestro checo, Albiach demostró una comprensión profunda del lenguaje eslavo, entendido no como exaltación folclórica sino como síntesis entre rigor formal y lirismo popular. La ROSS respondió con una sonoridad bien equilibrada, de notable claridad textural y sólida coherencia estructural. Con el segundo movimiento (Poco Adagio), el director valenciano alcanzó en mi opinión el punto álgido de todo el concierto, con su gesto expresivo, siempre elocuente y atento a la respiración de las frases, detallista con las progresiones dinámicas, que generó una genuina corriente emotiva. El Scherzo resultó vibrante y flexible, con agógicas muy trabajadas –particularmente en las retenciones de la repetición–, mientras el Finale, más lineal y previsible, mantuvo la tensión sin llegar a la plenitud expansiva que la partitura sugiere. Fue, en conjunto, una lectura que equilibró el ímpetu eslavo con la claridad centroeuropea, cuidando la arquitectura sin sacrificar la vitalidad, una exploración honesta del alma eslava: apasionada, disciplinada y contenida en igual medida.
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