Cultura

De lo sagrado y sus ambigüedades

  • Una mirada a la exposición 'Sacer. El martirio de las cosas' programada por el Consistorio en Santa Clara.

Sacer. El martirio de las cosas. Pedro G. Romero (comisario). Espacio Santa Clara. Hasta el 29 de mayo.

La palabra trabajo ha cambiado de significado. Hace años indicaba cierta estabilidad profesional, determinados derechos, capacidad de negociar tiempos y salarios. Poco queda de todo eso. De ahí, el escepticismo ante quienes concluyen el final de la crisis desde la premisa del aumento de puestos de trabajo: ¿de qué trabajo habla usted? Pero el escepticismo no impide la resignación: por una especie de fatalidad razonable, la opinión termina compartiendo esa lógica de la degradación.

Podemos (y debemos) criticar tal estado de cosas pero también rastrear por qué ocurre y se perpetúa. Una clave la dio Michel Foucault. El poder, más allá de la institución y el derecho, busca gestionar la vida. Para ello, penetra en su interior, decide cómo hay que vivir, qué necesidades han de satisfacerse y cuáles no. Cuida la vida pero lo hace según sus criterios. Los establece como única verdad e impulsa a todos a hacerla suya. Estas ideas de Foucault las prolongó Giorgio Agamben. Con su noción Homo Sacer muestra el vínculo entre lo sagrado y la violencia: el poder, sacralizado, llega de hecho a violentar la vida, al gestionarla y legitimar tal gestión con su verdad. Declara intangibles ciertos aspectos de la vida mientras considera otros baladíes y aun despreciables.

Pedro G. Romero (Aracena, 1964) propone, desde esta perspectiva, una amplia reflexión sobre lo sagrado y en particular sobre la Semana Santa. Recurre para ello al archivo. Reúne elementos dispares para que, a partir de ellos, surja la doble cara de lo sagrado: de un lado, lo preservado como santo; de otro, lo que en nombre de lo santo puede ser violentado. Como autor es un creador de archivo: decide qué elementos ha de incluir y cuáles no, qué es y qué no es significativo. El espectador, por su parte, puede seguir esas líneas, trazar las suyas propias o seleccionar en la propuesta aquello que le interese (así actúa todo indagador de archivos).

En el material expuesto hay núcleos de especial interés, como las vanitas de Bernardo Lorente: tienen calidad y al señalar el desprecio de esta vida en nombre de la otra, conectan con las ideas de Agamben. Otro punto de interés: el eco de la Semana Santa en el surrealismo del que dan testimonio Bellmer, Masson, Brassaï y por extensión, Robert Capa. Dos brillantes obras de un surrealista, Rodríguez Luna, marcan el paso a un tercer núcleo: el de la vanguardia artística española quebrada por la Guerra Civil. A destacar la variada obra de Helios Gómez, los dibujos de Alberto Sánchez y Martínez de León, un sugerente facsímil de Auxiliadora de los Santos (La santa moderna), la serie de Francisco Mateos (La defensa de Madrid) y un excelente cuadro de Pablo Sebastián, autor, en 1934, del decorado del Retablo de Maese Pedro. Diversos libros y documentos ofrecen visiones alternativas de nuestra cultura de lo sagrado.

La exposición se completa con proyecciones en el antiguo refectorio (filmes de Val del Omar y el prohibidísimo Rocío, entre otros) y en la estancia previa al mismo, una selección de carteles de Semana Santa. La sala es difícil y los carteles, heterogéneos. Pese a ello, los trabajos de Carmen Laffón, Ignacio Tovar, Juan Suárez, Manolo Cuervo y el apunte de Agredano permiten reflexionar sobre la larga tradición que la muestra se propone estudiar.

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