La liturgia de Siloé obra el milagro en la intimidad del Festival del Patio
Solo mil personas tuvieron la suerte de disfrutar de 75 minutos de concierto en los que el veranillo de San Miguel trató de robarle el protagonismo a la banda vallisoletana
Sería más fácil comenzar por la verdad, y así lo hizo Fito Robles, vocalista de Siloé, sobre una tarima ubicada en el centro del patio de Diputación, acompañado por el coro de voces espontáneas de los (afortunados) asistentes. “Incluso yo pregunté: ¿Pero yo puedo ir?”, bromeaba Robles, consciente del milagro que había supuesto conseguir una entrada. Y no exageraba: no había más que acercarse a la puerta para comprobar que varias personas preguntaban, de manera casi desesperada, por algún ticket “sobrante”.
Solo mil personas tuvieron la suerte de disfrutar de 75 minutos de concierto en los que el veranillo de San Miguel trató de robarle el protagonismo a la banda vallisoletana. Pero esta Santa Trinidad no necesitó más templo que un patio casi reverencial, ante el espectáculo de acordes y poesía, para subirnos al cielo. Pasaron del estallido de temas como Reza por mi o Cierra los ojos, al susurro de La Oposición y el desgarro nostálgico de Esa estrella. Canciones que ya forman parte del equipaje emocional de sus seguidores.
La intimidad del espacio, alejada de la dinámica de los grandes festivales, jugó a favor de la complicidad: aquello fue más una conversación entre público y artistas que un concierto. Un público que únicamente enmudeció cuando la banda anunció que presentaba el primer single de su nuevo disco en primicia: Las Palabras. En acústico y con mucho mimo. Pero esta no fue la única sorpresa de la velada. Robles aprovechó para lanzar una noticia que emocionó aún más a la concurrencia: por primera vez, Siloé será cabeza de cartel en Interestelar para la edición de 2026.
El espectáculo entró en una noria de emociones: la reivindicación de Que merezca la pena, y la declaración de Nada que se parezca a ti. Incluso se permitieron un guiño especial con Song 2 de Blur antes de volver a lo propio con Levita y ven y La vida que me das.
Por supuesto, no faltaron los saltos ni los móviles alzados tratando de captar el momento. Sin embargo, lo que distinguió la noche no fue la energía desbordada, sino la sensación de estar formando parte de algo único, de un poema sobrecogido - como diría Extremoduro- donde lo importante no era el escenario, sino la comunión entre músicos y espectadores. "La Santa Trinidad es una sarta de intenciones para contar nuestra vida y que nos cuenten la suya", así lo confesó el propio vocalista y así se sintió. Como un viaje de emociones y confidencias.
Y llegó el éxtasis colectivo con Si me necesitas, llámame, la letra en la que todos nos hemos visto reflejados alguna vez, la que nos hace pensar en esa persona a la que siempre le descolgaríamos el teléfono. La de los (im)posibles. Porque Todos los besos que damos, todos me saben a ti y mil corazones lo defendieron al unísono. Porque al final, la música no necesita más artificio que eso: una verdad compartida y mil gargantas con más ganas de gritar y sostenerla.
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