La vanguardia sonora

Comenzado el XX, Gómez de la Serna fue un nuevo Goethe ahormado ya por la telefonía. A su voracidad creativa, a su excepcional musculatura literaria, supo añadir la fina inteligencia de lo nuevo y un riguroso escrutinio de las vanguardias. En Ismos, pues, no sólo hallamos los diversos movimientos que atronaron el siglo, sino una glosa enérgica y veloz, vale decir, vanguardista, de cuanto prometió la entreguerra. Luego la aviación, las divisiones acorazadas, la barbarie mecánica, arruinaron aquel porvenir metálico. No obstante, en Gómez de la Serna perdura una cualidad insólita: el optimismo. Por encima de la pesadumbre unánime de las vanguardias, el Ramonismo fue una fórmula donde el humor saludó la alegre cacharrería, la nervadura eléctrica del mundo.

De ese doble apetito, optimismo y vanguardia, nace la vocación oratoria, la abrumadora locuacidad de De la Serna. Sus charlas en el Retiro, sus conferencias de los "medios seres", el magisterio vespertino del Café de Pombo, fueron la pública expresión de una literatura que pretendió restaurar el misterioso vuelo y el vivo escalofrío de las palabras. No bastaba con el silencio de las cuartillas. Había que incitar, agitar, conminar y seducir a un público numeroso. En esto, como en otras cosas, Ramón fue un original discípulo de Ortega. De modo que sus alocuciones tienen mucho de telegrama urgente y glosa metafórica de un nuevo Madrid, entre castizo y neoyorquino.

La forma suprema de esta metaforización fue la greguería ramoniana. Aquí se recogen, en meritoria edición de Nigel Dennis, aquellas que leyó en Unión Radio Madrid, dedicadas al asunto radiofónico. En estas Greguerías onduladas, felizmente recuperadas, es todo Ramón, su oronda y radical modernidad, su facilidad para lo insólito, el surrealismo natural que duerme en las cosas, lo que nos asalta. Como se dice en estas páginas: "Hay días en que el micrófono burbujea al hablar".