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REQUIEM, DE G. VERDI | CRÍTICA

Daniel Harding tras su gran interpretación. / Guillermo Mendo

La ficha

*****Orquesta y Coro de la Academia Nacional de Santa Cecilia. Solistas: Federica Lombardi (soprano), Teresa Romano (mezzosoprano), Francesco Demuro (tenor) y Giorgi Manoshvili (bajo). Director: Daniel Harding. Lugar: Teatro de la Maestranza. Fecha: Lunes, 7 de julio. Aforo: Casi lleno.

¿Música religiosa escrita por un no creyente? ¿Música de inspiración operística del mejor operista de su tiempo? De todo hay en este Requiem verdiano en el que igual podemos escuchar ecos de Aida (sobre todo en los dúos y en el Libera me) o de Don Carlo (de hecho el Lacrimosa procede de esa ópera) que de ese retorno a la tradición que son los Quattro pezzi sacri. A todos estos pefiles debe prestar atención el director que se ponga frente a esta colosal partitura que presenta, por si fuera poco, una gama interminable de indicaciones dinámicas y expresivas a menudo casi imposibles. Harding mostró haberse sumergido hasta lo más hondo de esta obra y también haber sabido transmitirlo todo a orquesta, coro y solistas. Su capacidad de matización del sonido fue impresionante, desde esos pppp en sotto voce del inicio del coro a los ffff del Tuba mirum. Pero siempre aclarando el sonido, extrayendo un resultado transparente de las cuerdas y un bloque compacto y brillante de toda la orquesta. El coro no pudo cantar mejor, con color, empaste y rapidez de respuesta a las inflexiones dinámicas. Los momentos a capella del coro sonaron con plena delicadeza y transparencia. Impresionante sección de bajos en el inicio del Rex tremendae.

Excelente cuarteto solista con una Lombardi puramente verdiana, de fraseo siempre atento a los matices y acentos y capaz de seguir (casi siempre, porque algunas son imposibles, como ese Si bemol agudo en pppp del Libera me) las indicaciones dinámicas impuestas por Verdi. Firmó una espléndida messa di voce en el arranque del Domine Iesu Christe. Romano posee una voz de mezzo dramática que se desenvuelve a la perfección en todos los registros, especialmente en la zona central y grave, con sonidos bien apoyados y bien proyectados, como se pudo disfrutar, por ejemplo, en el Liber scriptus. Ambas cantantes protagonizaron un delicadísimos y bellísimo dúos en el Recordare y el Agnus Dei. Demuro comenzó en el Kyrie usando portamentos en las transiciones entre las notas, pero al poco afirmó el fraseo y se valió sus voz plenamente lírica para firmar momentos de gran belleza como el Ingemisco. Por su parte, Manoshvili, de voz contundente, poderosa y autoritaria (¡esa entrada en Mors stupebit!), supo ser también ese bajo cantante demandado por Verdi, con una bien controlada línea de canto bien ligada en momentos como Confutatis maledictis. Los cuatro, con el soporte del coro tras ellos, se deleitaron en infinidad de matices en el el Lacrimosa.

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