España y Europa, en el alero

La inestabilidad se intensifica en la política española en una semana en la que el ruido opaca el riesgo de la Europa que viene

Yolanda Díaz, vicepresidenta segunda del Gobierno.

Yolanda Díaz, vicepresidenta segunda del Gobierno. / Alberto Ortega / EP

La semana tan movidita que hemos tenido en la política española nos deja algunos cebos para desavisados y dos cuestiones relevantes de fondo que corren el riesgo de ser opacadas por el ruido, siempre tan eficaz. Las dos crisis diplomáticas –Israel y Argentina– y la tralla sobre las actividades de la esposa del presidente del Gobierno ganan en decibelios. La reunión de las ultraderechas en Madrid y el desmarque de Sumar del PSOE vencen en trascendencia. No es que el primer paquete sea irrelevante –que no lo es–, es que el segundo es clave para el futuro de la gobernabilidad y la redefinición de España y de la UE.

Yolanda Díaz ha empezado una operación de desatraque o está enviando a sus socios un mensaje encriptado pero fácil de desencriptar. No es casual que el partido que gobierna en coalición con el PSOE deje a su socio en la estacada con tres asuntos de peso en la misma semana: la ley de suelo (que el PSOE tuvo que retirar ante su seguro fracaso), la ley contra el proxenetismo y la prostitución, que votó en contra Sumar; y el conflicto del Sahara: votó con todos los grupos contra el PSOE para que España recupere su posición histórica de "neutralidad activa" sobre el Sahara Occidental y, por lo tanto, dejando sin efecto la decisión adoptada por el presidente del Gobierno en 2022. Nadie diría que comparten Consejo de Ministros y una agenda común.

Tres avisos

Es imposible conducir una coalición sin consensos básicos. Y es una pretensión absurda tratar de imponer una agenda legislativa y un calendario a tus socios sin tener amarrado cada paso e ignorando el momento adecuado para hacerlo, sobre todo cuando no tienes mayoría. El PSOE ha estado muy torpe. La cercanía de las elecciones europeas, la debilidad creciente de Sumar en sus proyectos territoriales, donde va a la baja y engordando el desafecto con sus socios, y la necesidad de ganar espacio propio guían sus pasos. Con los tres topetazos de esta semana la acción legislativa queda en el aire. Llama más la atención que el PSOE, que sabía que Sumar la rechazaría, confiara en que la ley de suelo la salvara el PP, dado que se deriva de un acuerdo entre populares y socialistas en la Federación Española de Municipios y Provincias. El PP, que sostiene que no negó explícitamente su apoyo, posiblemente hubiera decidido que sacaba más crédito evidenciando el aislamiento del PSOE y sus dificultades internas que ayudando a sus propios alcaldes a solventar la inseguridad jurídica en muchos desarrollos urbanísticos.

La inestabilidad vive ahí

Pasado el periodo de cinco días de Sánchez, superadas las elecciones catalanas, desatadas las crisis diplomáticas y con Moncloa pendiente del juzgado que tramita el caso que afecta a la esposa del presidente, la inestabilidad de la legislatura vuelve a irrumpir como asunto urgente. Una vez veamos cómo se resuelve el meollo catalán tendremos más información sobre el futuro del mandato. ERC está débil y con pocos estímulos para seguir apoyando a Sánchez. Junts, una vez que se apruebe la ley de amnistía, sólo tendrá que colocar el listón un poco más arriba para retirar su apoyo parlamentario, que nunca ha sido fiable. Además, Puigdemont está ahora entregado a otra noble causa: "Parar la españolización de Europa". Resulta que estábamos españolizando Europa y nosotros sin darnos importancia.

En esta situación, la vicepresidenta Montero tiene pocas opciones para presentar unos nuevos presupuestos en 2025. No hay ninguna ley que impida prorrogar las cuentas por tercera vez –ya lo hizo Montoro–, pero, de facto, supondría una renuncia al impulso político y aceptar límites severos a la acción del Ejecutivo. La inestabilidad institucional española se evidencia de un golpe de vista: los Presupuestos Generales del Estado se han prorrogado seis veces desde 2012.

Llegados aquí, quizás el presidente del Gobierno se haga algunas preguntas. Por ejemplo, ¿para qué sirve tener en el Consejo de Ministros a cinco miembros de otro partido si no se comprometen con una acción legislativa conjunta? Si además, tiene muy complicados otros apoyos, igual se responde que le va a dar lo mismo tener dentro que fuera a Sumar. Pero en todo caso, el resultado es que Sánchez controla menos que nunca la legislatura.

Desear la desaparición de Israel

España tiene una curiosa manera de debatir. Cuando cree que sacará rédito, la oposición de derechas no debate sobre iniciativas y hechos sino sobre asuntos que no existen o que son deliberadamente sacados de contexto y sobredimensionados. Imagínense por un momento que todo lo que dice la oposición del Gobierno y de su presidente fuera cierto. Sería una tragedia. Porque tendríamos un Ejecutivo que va a reconocer al Estado palestino porque desea la desaparición del Estado de Israel. Y que ha convertido a España en país "aliado de los narcoestados". Y Sánchez sería un presidente "autócrata" que legitima "el terrorismo satánico". Y sería un títere de los "gobiernos comunistas" del grupo de Puebla. Es más: tendríamos un Gobierno cuyo plan secreto es "destruir el campo" y arruinar a miles de familias como tributo a una enloquecida agenda 2030 que incluye entre otras iniquidades acabar con la pobreza infantil, una acción global contra el clima, una educación de calidad o un crecimiento económico sostenible. Y tendríamos un presidente "psicópata", "dictador", "traidor a España", "felón" , "tahúr" (copian a Guerra vs Suárez) y "sátrapa".

Barra libre para mentir

Sánchez tiene sus cosas. Pero mentir o elevar el tamaño de la hipérbole hasta el infinito tiene consecuencias que socavan el propio sistema. Confundir a los ciudadanos respecto a los intereses del Gobierno en asuntos tan delicados es poner en circulación una especie de la que se alimentarán los más radicales. Supone empezar a construir uno de esos mensajes que ya circularán libremente y con el aval de los partidos que lo impulsan.

Pueden acusar a Sánchez de desear la desaparición de Israel y de ser aliado de Hamas. Y eso pese a los hechos: España ha aprobado todas las sanciones contra el grupo terrorista, expresado su solidaridad con los israelíes, su posición secunda las resoluciones de la ONU sobre los dos estados, y consta que el 78% de los españoles están a favor de reconocer a Palestina según el Instituto Elcano, que no es Tezanos. La oposición no tiene en cuenta que 142 estados y la Santa Sede son favorables al reconocimiento ni el pequeño detalle de que ya hay 35.000 muertos en este lance de nombre irreproducible. Está bien, el Gobierno como aliado de Hamas, pero lo que aún no ha explicado el PP es su posición respecto al reconocimiento del Estado palestino. Balones fuera: "Lo prioritario es entregar los rehenes, el alto el fuego y la ayuda humanitaria". Claro, es lo que opina cualquiera con dos dedos de frente. Pero que explique a la vez qué opina sobre un asunto nuclear y que está en el centro de uno de los conflictos más largos, sangrientos y amenazadores con los que convivimos.

Confunde que algo queda

Confunden a la población porque es lo que quieren. Es el juego perverso y permanente que subyace en el envilecimiento de la vida pública. El Gobierno de izquierdas de España, cómplice de un grupo terrorista en la desaparición del Estado de Israel. De locos. Pues estas cosas se dicen a diario y difícilmente tienen marcha atrás.

El sistema democrático deja mucho espacio para la crítica –en realidad, todo el espacio– y hay muchos aspectos criticables del Gobierno tanto en política nacional como internacional. Forma parte del papel de la oposición la fiscalización del Ejecutivo. Pero no existe la barra libre para colocar cualquier mensaje en la opinión pública y salir del hemiciclo ajustándose el nudo de la corbata como si nada.

Ultras sin fronteras

El otro asunto de carne y hueso de la semana es el futuro de una Europa gobernada o condicionada por los antieuropeístas. Es como si pusieran a los antitaurinos a confeccionar los carteles de la temporada. En Madrid, bajo la hospitalidad de Abascal y Vox, se reunieron ultras venidos de casi todos lados, salvo Meloni y Orban, que enviaron mensajes de adhesión por vídeo. Lo que nos jugamos es eso: un futuro Gobierno europeo manejado por gente que no cree en la UE. Hay un contexto previo –en el que la disputa de Von der Leyen contra Weber resulta clave– para empezar a distinguir a los ultraderechistas "menos malos" y homologables de los ultraderechistas terribles.

Meloni, piel de cordero

Por un lado, la italiana Meloni: algo más institucional y pragmática de día y radical ultraderechista por la noche, algo más atlantista y favorable al libre comercio al frente de Conservadores y Reformistas Europeos, escoltada por Abascal y los polacos de Ley y Justicia.

Por otro, Marine Le Pen: malvada las 24 horas, dura entre las duras y anti todo lo que representa progreso, convivencia y mezcolanza. Su clasificación entre las peores ultras es del agrado de Macron. Le sirve a sus intereses electorales nacionales. Le Pen es propietaria de la idea de nación y última defensora del "suelo fecundo por el trabajo de nuestros ancestros" que debe permanecer incontaminado de manos extranjeras. Le Pen lidera Identidad y democracia, con Matteo Salvini, Geert Wilders y Alternativa para Alemania.

Nada de esto es teórico: Feijóo ya ha dicho que Meloni no le parece tan malota. Nada raro porque es Von der Leyen la que ha abierto ese camino. Tiene lógica: el PP ya gobierna con Vox, que tampoco le parece tan malote. Meloni es una política que, ciertamente, va deviniendo en cierto pragmatismo europeísta mientras bajo la piel de cordera oculta ahora su fascinación por Mussolini, su rechazo a todo lo LGTBI, su concepto de "desviación" (drogas, alcoholismo, tabaquismo, apuestas, obesidad, anorexia, bullying o autolesiones) y su admiración y apoyo a Putin. Pero ese es exactamente el trabajo: normalizar a la extrema derecha y seguir metiéndola en las instituciones.

Menos Europa, peor para España

Las encuestas dicen que entre los dos frentes ultras pueden sumar 30 escaños más que en las anteriores. El PP europeo mantendría sus resultados y todos los demás grupos –progresistas, liberales y verdes– irían a la baja. Viene otra Europa. El problema no es la retórica, sino los objetivos políticos ultras: renacionalización de competencias, retroceso en la integración europea, criminalización de la inmigración (más jaulas y deportaciones masivas y menos papeles) y rebajar o enterrar la agenda verde. Y Feijóo acaba de darle la campaña hecha al PSOE, aunque es de agradecer que no oculte sus intenciones. Ya se puede decir sin faltar a la verdad que el PP es favorable al acuerdo con una parte de los ultras continentales. Lo que no se entiende, salvo por los líos internos de los propios conservadores, es por qué los ultras pueden ser sus aliados más lógicos. Con esa alianza salta por los aires el consenso histórico entre el PP europeo y los socialdemócratas: lo mejor de lo que es hoy Europa se debe al acuerdo de los dos grandes partidos. Con los ultras en la ecuación, cualquier posibilidad de acuerdo saltará por los aires. Se cierra un camino y se abre otro inquietante e imprevisible.

Menos Europa, peor para España.

Adiós a los consensos históricos

Así, por primera vez, los acuerdos entre socialdemócratas y conservadores, que han construido lo que hoy somos como europeos, están en solfa. La irrupción de la extrema derecha puede destrozarlo todo. Con los liberales de Macron en caída libre y la desaparición de Cs, con Los Verdes en retroceso, el peso específico que tendrán los radicales de derechas parece irreversible. En este charco no sólo nadan los ultras europeos, está Trump –que puede ser presidente de nuevo en noviembre– y es por sí solo un factor de desestabilización global; Milei, del que hemos tenido alguna noticia esta semana; y centros de poder y financiación muy poderosos.

Esto es lo que se escenificaba en España de la mano de Vox hace una semana. Vuelven los ejes: los regeneradores contra los corruptos, el pueblo contra las élites, los auténticos europeos contra los vendidos a la inmigración, los amigos de lo rural contra los enemigos del campo, vuelve la Europa de las cruzadas contra los infieles. Jurgen Habermas lo advirtió hace años: las políticas insolidarias que "olvidan a la ciudadanía" –el austericidio germano tras la crisis de 2008 parcialmente corregido tras la pandemia con los Next Generation– el concepto "obsoleto, aburrido y repelente de Europa" tendría consecuencias. Aquí está, con Abascal, que parece una bisagra entre los malos y los peores, poniéndole la alfombra roja a todos. Y con una crisis diplomática aparejada gracias a un ministro español que crea problemas en vez de solucionarlos y a un presidente argentino que actúa como un bárbaro, se mueve como un bárbaro y que posiblemente sea un bárbaro con motosierra. Una crisis con Argentina es absurda. Españoles y argentinos jugamos en casa. No hay visitante. No debería demorarse mucho este conflicto aunque es de temer que se prolongue en el tiempo.

Errejón: cabeza, discurso y proyecto

Íñigo Errejón, de Más País, es uno de los mejores parlamentarios en el Congreso. Le funciona la cabeza, su discurso es coherente con los posicionamientos ideológicos de su grupo, va a lo sustantivo y no dice media tontería. Su dialéctica es buena y, aun siendo duro en sus juicios políticos, no descalifica gratuitamente. El miércoles le dibujó a la otra parte del Gobierno una hoja de ruta para la izquierda. Sin engancharse con el ramaje, fue al grano: la izquierda está en la disyuntiva de iniciar un ciclo de transformaciones democráticas y económicas que limite el poder de quienes lo manejan sin pasar por las urnas o de aceptar la idea de ser meros administradores provisionales de una propiedad ajena. Criticó al PSOE por aceptar el pacto fiscal europeo –"la extrema derecha es hija de la austeridad"–, le recriminó seguir pensando en un modelo de coalición imposible –"no hay 78 al que regresar: sólo estamos nosotros"– y le corrigió la idea de que la economía española vaya como un cohete –"irá como un cohete cuando la gente llegue a final de mes y se libre de una vida cuesta arriba"– a la vez que comprometía a Sánchez a "utilizar la mayoría parlamentaria para salir de la posición defensiva" y romper la dialéctica que pretende que "cualquier pequeño avance de la izquierda es como si estuviéramos poniendo en juego la convivencia para que nuestra mera existencia parezca radicalismo mientras que la mayor de sus barbaridades se naturaliza".

Ocho ideas espigadas de un ramillete mayor: reducción de la jornada laboral sin tocar los salarios, permisos de crianza, prestación universal de 1.200 euros anuales por hijo, reversión de las privatizaciones de sanidad, derogación de la ley mordaza, cambiar el acceso a las magistraturas del Estado –teniendo en cuenta la procedencia territorial y de clase–, fomentar los alquileres y darle más capacidad de negociación a los trabajadores.

No hace falta estar de acuerdo en todo con este muchacho barbilampiño con pinta de empollón para constatar que estamos ante un político con toda la barba. Alguien que habla de las cosas de comer y mira a la luna mientras otros se fijan en el dedo.

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