Análisis

José Joaquín león

Familias en las cofradías

Hubo un tiempo en que la Semana Santa sevillana se salvó gracias a hermanos que lo dieron todo (incluso su patrimonio personal) por su hermandad. Hubo un tiempo en que las cofradías se salvaron gracias a las familias. Sin esa realidad de la posguerra, que cubrió una etapa difícil, no se puede entender lo que existe hoy en día. El adanismo en las hermandades no sólo sería una torpeza, sino una injusticia. Hemos recibido un legado, no lo inventamos. En los últimos días han fallecido personas que nos evocan ese pasado, no tan lejano.

Otto Moeckel von Friess era conocido como Don Otto. Un ilustre cofrade sevillano, ya fallecido, me dijo en cierta ocasión: "Don Otto llegó a arruinarse por su Hermandad del Baratillo". Era un ingeniero y empresario que no necesitaba complicarse la vida. Pero su fe y su amor a los titulares del Baratillo le llevaron al compromiso y la entrega, que fue premiada y distinguida por la Iglesia y por el Ayuntamiento de Sevilla. Su hijo Joaquín, años después, también fue hermano mayor. Pero Don Otto era la primera referencia, el alma páter, el conductor de una familia cofrade, que es algo más que una familia. Personaje inolvidable, por su sapiencia y su forma de ser, tan inusual en estos tiempos confusos. Se quedará para siempre en el recuerdo de quienes lo conocimos.

También ha fallecido recientemente Antonio Petit Caro. Su caso es distinto. Era un gran periodista, que fue director de La Gaceta del Norte en Bilbao, y después residió en Madrid, donde vivía con su esposa, la también periodista Charo Zarzalejos, y sus hijos. Sin los Petit (y sin otras familias) no se puede entender tampoco la historia de la Soledad de San Lorenzo en las décadas de posguerra y aún después. Todos los años regresaba en Semana Santa a Sevilla, con su esposa y sus hijos, para salir como nazarenos el Sábado Santo. Siempre quiso a su hermandad y a su Virgen. Ha muerto de un cáncer fulminante. En su mesita de noche (otra mesita, como en el cartel de Chema Rodríguez) había una estampa de su Virgen de la Soledad. En Sevilla quiso ser enterrado. Horas antes había fallecido su primo, Adolfo Martínez Caro, hijo del pintor Santiago Martínez, que fue discípulo de Sorolla y autor del paso de la Soledad. No cobró nada, apuntó a sus cuatro hijos como hermanos, y desde 1951 cuatro generaciones han salido en una manigueta del paso.

Sin las familias, a las hermandades de Sevilla les faltaría el alma. En las familias se ha renovado el amor a Cristo y a la Virgen, a una hermandad. Siempre hubo una primera persona que se apuntó, que se había enamorado con devoción, que había sentido una llamada. Siempre hubo una primera piedra angular, sobre la que se construyó un sentimiento colectivo. Y pasó de padres a hijos, de nietos a bisnietos, hasta de tataranietos en adelante. Y algunos se fueron al último tramo del cielo, salieron de la cofradía terrenal, mientras otros han mantenido ese esfuerzo, han renovado esa fe.

En las hermandades sevillanas ningún esfuerzo es inútil, ningún amor se pierde. Las familias son el mejor ejemplo de un milagro que sigue vivo. El amor es más fuerte que la muerte.

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