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Don Ángel se nos va. Ayer, con la liturgia propia de su dignidad -en la que tantas veces intervino para despedir a sus compañeros- le llevamos a la sepultura, seguros de que ha encontrado el camino que lleva “a Dios por el amor”. Quienes tuvimos la suerte de conocerle, inmerso en tantas realidades y atendiendo siempre al que le requería, sabemos que ha sido feliz sirviendo y colmando la fe de los sedientos de justicia, a los que miraba en el Cristo de la Sed, en cuyo paso intervino diseñando el complejo programa de escenas relativas al agua que lo decoran.

Con Don Ángel se marcha el último canónigo de aquel clero del Salvador que conocimos los que vamos ya rozando la cuarentena. Aquella parroquia oscura, a la que daban sabor de Catedral de Vetusta el ingenio de don José Polo, la bondad de don Manuel del Trigo y la cálida simpatía de don Ángel. Los martes, el Amor; los jueves, el Rocío, los viernes, Pasión, y el sábado para la Virgen de las Aguas, a la que nos enseñó a quererla llevándonos -a nuestro Álvaro Martín y a un servidor, sus “niños de la Pastora”- al sacramento de la confirmación guiados de su mano.

Aquel Don Ángel Gómez era el mismo que, vestido con el hábito coral, nos enseñaba los secretos de la liturgia en la sacristía alta. Parece que lo veo, aterido de frío, sentado en el banco corrido de piedra, quejándose de aquellas décimas de fiebre que rápidamente le debilitaban. El manejo del incienso y aquel Santissimo Sacramento exposito, nemini debitur reverentia con el que explicaba a canónigos y acólitos de todas las edades cómo se debía actuar en las Octavas de Seises, rindiendo todo el honor a Jesús Sacramentado. 

Deja un hueco grande en la Delegación de Liturgia, en la que tanto sirvió a la Archidiócesis con otros muchos, como Fernando Tejera y Pepe Márquez. ¡Tantos maestros en una sola columna! Su labor para conciliar lo posconciliar con lo barroco de nuestras celebraciones es digna de encomio, y en ello trabajó siempre al lado de fray Carlos Amigo, su gran amigo, con el que prontamente se ha encontrado en el lugar de la luz y de la paz, donde hay vidrieras de colores que tamizan la gloria a la que ya le llevan los ángeles. Solía don Ángel usar del título de director espiritual que siendo un niño le concedí. Pasaron los tiempos, pero siempre me salía al encuentro preguntando: ¿cómo está mi dirigido espiritual? Ahora me sigue usted marcando el camino, yendo por delante. Gracias por ser, siempre, un Ángel para Sevilla.

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