Conociendo al creador, la docuserie nació con la intención de todo lo que éste toca, tratar de caricaturizar al personaje y reírse de él, en este caso de ellos. Lo delatan esos planos frontales, las localizaciones (con Lopera no era muy difícil), esos silencios intencionados... o la presencia, que nada pinta, de Arturo Vals en la nómina de expertos. Jordi Évole irrumpió como antisistema espabiladillo y está rompiendo en estómago agradecido -lo ilustra su cambio físico- con tintes de maestro Liendre, que de nada sabe y de todo entiende.

La Liga de los Hombres Extraordinarios es una serie con un filón de tema muy poco trabajada en la que los presidentes de hoy difícilmente tendrían cabida. Aquéllos eran hombres con convicciones sólidas y una sola idea, con la que iban a muerte, con el puño cerrado (como Gil) aunque más de una y de dos fueran quijotescas. Los de hoy cambian de parecer pasándose por el forro los consejos de entrenadores y directores deportivos. Los hay que no son presidentes pero mandan desde donde prefieren estar, en la sombra, donde pueden cambiar de decisión sin que, aparentemente, nadie se entere hasta que las cuentas no salten en una Junta de Accionistas... Para entonces ya nadie se acordará del volantazo que se llevó por el sumidero unos millones de nada.

Como tenían los de Évole, también tienen negocios particulares conectados con su día a día. Los hay con sueldo y los hay que gastan un pastizal en obras por el capricho de una final europea con la mentira del impacto económico para la ciudad. Que cuatro guiris hartos de cerveza se tomen una paella a las seis de la tarde en el cetro no justifica esa carga de gasto para encargar luego un estudio y saber si es mejor reformar el estadio o tirarlo y hacerlo nuevo.

Lo mismo ocurre con las decisiones deportivas o con lo que se desea ante un micrófono. Ahora el sueño es luchar por la Liga, ahora no. Y así está todo... Yo estoy loco por saber qué opina Arturo Vals.