En un precioso trabajo para el Financial Times Jackie Wullschläger escribe sobre pinturas de la adoración de los Reyes, repasando artistas que han ido dejando maravillas en iglesias y museos. Jackie es mi crítica de arte favorita, admiro su sensibilidad y visión social y política del arte, y no es casual su atención a la narrativa que desde épocas remotas surge de los cuadros, mosaicos y relieves, y también de los belenes, sobre esta historia increíble y extraña, llena de colorido y exotismo. La representación más antigua es la de la catacumba Priscilla en Roma, una pintura borrosa del siglo III, en un arco de la capilla Greca, donde tres figuras portando los regalos se acercan a la Virgen que sostiene al Niño. La profesora Robin Jensen de la Vanderbilt University recoge interpretaciones de la presencia de unos extranjeros en el nacimiento de Jesús, un enigma de visiones y sueños, la estrella que los guía, regalos valiosos, el miedo a Herodes, y la huida. Y también el papel de estos magos, reyes, o sacerdotes de un antiguo culto, en el nacimiento de una nueva religión, a través de alguien a la vez humano y divino, mortal y eterno, íntimo y cósmicamente significativo, pero una religión que inevitablemente sufrirá las contradicciones morales de la vida cotidiana.

La universalidad de la representación: África ( Baltasar, de Etiopía o Arabia), Asia ( Gaspar, India), y Europa ( Melchor, Persia), reta la globalidad romana, pues lo global morfa en la historia, como ocurre ahora, cuando la pandemia y la guerra reducen los intercambios (sumando exportaciones e importaciones cae del 60% al 42% del producto mundial), altera la relación de precios entre países y empresas dominantes o dependientes en energía, y da una falsa sensación de actividad por el exceso de intermediación en el sector servicios. Pero también se da una renovación ética exigiendo que la producción y la riqueza tengan un claro efecto local y dentro de él una distribución inclusiva, pensando en las personas frente a la eficacia económica de las fuerzas de mercado que enmascaran vulnerabilidades. Para que un mercado libre funcione -la idea es de Adam Smith- los participantes deberían compartir una estructura moral, y está claro que hay países y compañías cuyas políticas, valores e intereses no son las de muchos ciudadanos.

En un ámbito más íntimo, entre las celebraciones de Reyes, me llama la atención la del Menino Jesus da Cartolinha, que vi en la concatedral de Miranda do Douro, cuyos presentes son primorosos trajes a medida de gremios y cuerpos de bomberos, carteros, o guardias, y otros que lleva siguiendo el calendario, siendo blanco el de Navidad. Los propios niños lo sacan por Reyes en una procesión, que contrasta en su candidez con los masivos espectáculos de cabalgatas que montamos, más para satisfacciones seniles y comerciales que para los pequeños. Saramago lo describe en su Viaje a Portugal (Alfaguara), al visitar esta ciudad en una frontera que durante siglos separó dos países, y donde habla a los peces del Duero, que tanto entienden un lenguaje como otro. Sólo cabe añadir que bendita sea aquella globalización que borre fronteras, rompa con ídolos e ideas torcidas, y recupere los mensajes éticos de inclusión de las gentes.

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