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Francisco Correal

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Oración por los ausentes

La evocación de los llorados Puerta y Reyes convirtió la gesta en una metáfora de presencias

Lopetegui y su cuerpo técnico con las camisetas en recuerdo a Puerta y Reyes.

Lopetegui y su cuerpo técnico con las camisetas en recuerdo a Puerta y Reyes. / Ina Fassbender / Efe

Le tomo prestado el título a la magnífica novela del escritor marroquí Tahar ben Jelloum Oración por el ausente. Las circunstancias extraordinarias en las que el Sevilla ha conseguido su sexto torneo continental, alejado del calor de su afición, metido en la burbuja de las precauciones pandémicas, convierte la evocación e invocación de sus ausentes, los llorados Antonio Puerta y José Antonio Reyes, en una metáfora de presencias. Porque el número doce, que es múltiplo de seis, desapareció de los dorsales por prescripción gubernativa. En Colonia, el Sevilla ha reforzado su condición de metrópoli llegando donde este año no llegó ninguno de los que le precedieron en la tabla clasificatoria de la Liga más extraña. Tampoco en la llegada del hombre a la Luna había testigos in situ y fue glorioso.

Ha sido una concatenación de pálpitos. La primera, visitar el cementerio de Sevilla el pasado día 13 para ponerle flores al sepulcro de un familiar y encontrarnos con la tumba de Ramón Sánchez-Pizjuán y la fecha de su muerte, 20 de octubre de 1956. Ese año Paco Gento ganó la primera de sus seis Copas de Europa al Stade Reims. Las que ahora jalonan las vitrinas del Sevilla. La galerna del Cantábrico fue el espejo cronológico y casi mítico que Juan Antonio Solís puso como segundo pálpito en la trayectoria casi asintótica (la asíntota es esa línea que en geometría nunca parece tener final) de Jesús Navas, el palaciego que llenó de grandeza y humildad la biografía que escribió mi amigo Juan Manuel Ávila.

El tercer pálpito es pura Epifanía. Dice la leyenda que en la catedral de Colonia están enterrados los restos de los Reyes Magos. "Los tres reyes enterrados en Colonia tienen los huesos inquietos por estos días", escribía Álvaro Cunqueiro. El texto aparece en su libro Viajes imaginarios y reales y apareció por primera vez el 12 de diciembre de 1964. Ese año el Inter de Milán ganó su primera Copa de Europa al Real Madrid. Añadía Cunqueiro que un peregrino que acercó la cabeza al enterramiento de la catedral alemana "escuchaba trompetería, relinchar los caballos y cantos solemnes, como si la gran comitiva real de antaño se pusiera en movimiento". Cunqueiro fue precursor del realismo mágico, se inventó una Bretaña en su Crónica de un sochantre y en su etapa de director del Faro de Vigo se encargaba personalmente de rellenar los signos de la quiniela en el periódico, según cuenta Manuel Gregorio González en su biografía sobre el gallego de Mondoñedo que le valió el premio Antonio Domínguez Ortiz. A esa comitiva se sumó una cuarta majestad, Monchi, paisano de Camarón y del cardenal Spínola, que encarnará a uno de los Reyes Magos en la Cabalgata del Ateneo. Ya les ha traído el primer regalo a los miles de niños sevillistas, que en la memoria del fútbol no tienen edad. En una entrevista que le hice hace muchos años me decía que admiraba a Marx y a Adolfo Suárez. Fiel a ese doble legado, ha hecho en el Sevilla una Revolución con los cánones de una Transición.

La ausencia de aficionados ha convertido en presencia los alientos de Puerta y de Reyes. Puerta Real, cerca de la de Goles, por donde entraban los Reyes en Sevilla. También la impronta de Biri-Biri y de Marcelo Campanal, músculos de Gambia y de Asturias. Del segundo escribió el periodista Manuel Alonso Vicedo una biografía que tituló Furia Española. La que les insufló Julen Lopetegui, que después de sus dos destierros encontró su paraíso perdido.

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