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Análisis

Gumersindo Ruiz

Pedro Arriola, momentos felices

Disfrutar de la tranquila y estimulante compañía de Pedro Arriola era una de esas cosas buenas que tenemos la fortuna de encontrar en la vida. Ya estuviera preparando una reunión con un presidente de Gobierno, o unas elecciones, su teléfono respondía siempre, pues para él la amistad era lo primero. Profesionalmente la vida de Pedro no es ningún misterio, ya que sólo hacía lo que tenía que hacer: ofrecer como asesor su mejor criterio en cada situación. No es fácil valorar lo que ha aportado con su mesura, templanza y buenos consejos a los equilibrios en nuestro país, pero Pedro Arriola no tomaba decisiones, sino que analizaba y aclaraba escenarios complejos, pues al final la decisión y la responsabilidad es del político.

Mantenía una fuerte relación con Málaga y amigos que desde muchos lugares vinieron a estudiar a la Facultad de Económicas. Cuando preparaba a José María Aznar para la Presidencia del Gobierno, pensó en una conferencia en la Facultad, lo que entonces era algo arriesgado, pero el decano Francisco González Fajardo, contando con la tolerancia proverbial de nuestro centro, la organizó. Con el aula magna a rebosar, aquel primer Aznar se veía sin duda tímido e inseguro, habló de la teoría fiscal simple de que la economía crece cuando se bajan impuestos, pero estuvo muy bien en el coloquio. Luego fuimos a comer, y se veía aliviado, un poco extrañado de la afable acogida y naturalidad de la conversación en una comida donde no había muchos simpatizantes de su partido. ¿Recuperaremos alguna vez en política esa voluntad de abrirse a aceptar algo del argumento del contrario, o será sólo una nostalgia que nos queda?

Pedro leía muchísimo, y tenía interés por temas financieros; me llamó al principio de la crisis de 2008 para saber si el fondo de compra de préstamos creado por el gobierno para dar liquidez a la banca era deuda pública encubierta, que no lo era. En otra ocasión, y en una servilleta de papel, vio con claridad que la titulización de derechos de las eléctricas por la moratoria nuclear evitaba contabilizarlos como deuda, y el nuevo gobierno del Partido Popular la asumió y amplió. Años después le confirmé su intuición de que, pese a sus graves problemas, los criterios de valoración de activos exageraban las pérdidas en Caja Madrid, ya que él recelaba de las enormes exigencias de dotaciones por los nuevos gestores, apoyadas desde su propio gobierno.

Más allá de su sencillez y la confianza que inspiraba a quienes lo conocían, Pedro rebosaba ternura familiar, y es su esposa Celia, con su relación larga, intensa, llena de respeto mutuo y amor, sus hijos, Pedro, Amaya, Macarena, y nietos, los que sentirán inevitablemente el vacío cotidiano de su presencia alegre y clara, dando equilibrio y soluciones en las dificultades. Pero, aunque no consuelo, queda su memoria, un archivo sensible y riquísimo que no se perderá mientras haya familia y amigos para conservarlo y recordarlo. Es, como dice Juan Ramón Jiménez en su "Réquiem de vivos y muertos", un canto de partida: "Cuando todos los siglos vuelven,/ anocheciendo, a su belleza,/ sube al ámbito universal/la unidad honda de la tierra./Y tocamos el cenit último/ con la luz en nuestras cabezas,/ y nos detenemos seguros/ de estar en lo que no se deja".

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