LA VENTANA
Luis Carlos Peris
Una noche de ilusiones
La tierra de la gracia, cuya capital está entre Sevilla y Cádiz, es, quizá por aquello de que los extremos se tocan, donde te topas con los malajes más malajes del mundo, los tíos más siesos que te puedas echar a la cara. Aunque, ¿es lo mismo un malaje que un sieso? ¿Son sinónimos o hay matices que los diferencian, finos rasgos que perfilarían el trazo grueso, volviendo primos a quienes solemos tomar por hermanos gemelos? Veamos. El malaje tiene tan poca gracia que hasta te ríes con su carencia de gracia. Se opone al gracioso. Tal es su empeño en resultar antipático que acaba no cayendo del todo mal, mal que le pese. El malaje critica al gracioso típicamente bajoandaluz, al que lo es de verdad, no a quien quiere pasar por tal y tiene poca o ninguna gracia, porque se siente ofendido, en tanto andaluz, de que lo tomen por chistoso obligatorio, salado por nacimiento. El malaje deplora al futbolista Joaquín, sufre con su permanente regocijo y su sarta de chistes, no se conforma con ignorarlo sino que proclama su antijoaquinismo a los cuatro vientos, para que quede claro cuán distintos son. Cuantas más veces le digan que es un revientahiede, más feliz se siente el malaje.
El sieso no busca resultar antipático: lo es sin esfuerzo. Si el malaje acaba provocando la sonrisa por su inquina con la gracia, el sieso ni cuando quiere arrancárnosla nos hace pizca de gracia (por eso, lo peor que hay es un sieso viviendo profesionalmente del humor. Y haberlos, haylos). Al sieso le gusta el gracejo espontáneo de Joaquín, y lo defiende y alaba, pero el pobrecito mío es tan sieso que aun en el halago empaña la gracia del loado. Todo lo que toca lo convierte en soporífero. El sieso es un quiero y no puedo. Es Lopetegui contando un chiste: da tanta pena que uno querría reírse, y agradecer el esfuerzo. Pero ni así. El malaje es un no quiero y no puedo, y ese voluntarioso afán por caer mal ensombrece su incapacidad natural para la gracia, hasta lo vuelve en última instancia, a su modo, un punto gracioso. El sieso es pasivo, fantasmagórico, si falta a una reunión nadie repara en su ausencia. El malaje es activo, avinagrado, los amigos lo echan en falta cuando falla, y genera anécdotas que el tiempo convierte en simpáticas historias. El sieso pasa inadvertido. El malaje, no. El malaje desearía la ablación de la gracia. El sieso no: querría habitar en ese territorio tan ajeno. El sieso alaba la simpatía de los otros. El malaje la rechaza, subraya las satisfacciones de la antipatía, se regodea en ella.
Lástima que este artículo ya no pueda leerlo Javier Marías. Gracias a él la acepción de sieso como persona desagradable, antipática, desabrida, entró en el diccionario de la RAE y ya no es una forma de decir ano sólo. De leerlo quizá aceptaría que la definición de sieso no puede seguir siendo casi calcada a la de malaje y propondría otra más afilada y certera.
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