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LA campaña enfila su recta final con un retorno a su principio y una novedad. Lo primero significa la consagración como inamovible de que el principal debate de la política andaluza sigue siendo cómo afrontar la falta de una mayoría absoluta para gobernar la Junta. La novedad consiste en la irrupción de Vox en el panorama regional y aun nacional.

Vamos por partes, que diría Jack el Destripador. No hay cambio en lo fundamental: las elecciones las ganará el PSOE en precario y lo que dictarán las urnas es quién le permitirá seguir gobernando, si Ciudadanos o Adelante Andalucía y con qué fórmula (gobierno de coalición, pacto de investidura, abstención con control y pactos puntuales). Lo singular es que todas estas opciones presentan serios obstáculos para materializarse. En 2015 Susana tardó 80 días en alcanzar su investidura. Ahora puede resultarle incluso más difícil por la poderosa sombra de las elecciones generales sobre la mesa. La perspectiva de repetir las andaluzas está más viva que nunca.

Lo único nuevo, aparte de la disputa de PP y Cs por la hegemonía del bloque conservador -de la máxima importancia, por supuesto- es la llegada al circo político de Vox, que llena sus mítines y supera a los cuatro candidatos del sistema en entusiasmo militante. Es el primer partido de ultraderecha que se acerca a lograr una representación parlamentaria desde los tiempos de Blas Piñar. Por distintas razones los actuales partidos parlamentarios están exagerando la trascendencia de la irrupción de este cuerpo extraño, incomparable con la presencia e implantación de sus homólogos de Alemania, Francia o Italia. Tampoco difieren en el diagnóstico y la terapia para hacerle frente: se culpan unos a otros y no saben cómo curar esta patología, cuyo origen es mucho más profundo de lo que ellos son capaces de manejar.

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