Heridas

13 de marzo 2025 - 03:06

La vida deja heridas. La de la pérdida es, seguramente, la peor posible. Esta primera cuaresma sin nuestro Ignacio, la herida supura entre recuerdos. El domingo pasado la Virgen de la Piedad y el Cristo de la Misericordia abandonaban la Iglesia de San Jorge, tras la función principal. No quiero imaginar los recuerdos y sentimientos de familiares, amigos y hermanos en un día tan especial. Dejaban atrás una iglesia también herida, que cierra sus puertas para una restauración que nos la devolverá tan espléndida como la soñó Mañara. Mañana lluviosa. Heridas de ausencia entre sus cirios. Miramos a la Piedad y buscamos respuesta a las heridas que nos dejó su enfermedad. Echamos de menos su fe, porque se fue el que tenía mayor fe y más probada de todos nosotros. Él sabría qué decirnos, sabría confortar con sus ojos, siempre iluminados de esperanza y confianza en el gran poder de Dios.

Nos dejó su legado, su pregón, sus escritos (muchas meditaciones y artículos, no solo su gran libro) pero queda algo valiosísimo: el recuerdo de esa sonrisa que tenía y con la que zanjaba cualquier cuestión controvertida. Sonrisa de cristiano valiente, alegre y formado que encaraba los problemas de la vida con fe y confianza en la providencia y con la generosidad de quien se siente hijo de Dios.

“Gastarse en el servicio de la Hermandad, con vocación de servicio”, es uno de sus grandes ejemplos. Nos toca, como decía, que cada uno completemos la senda de la ausencia, cada uno por nuestro camino. Él, ya acogido entre los brazos de la Piedad, nosotros buscando esa verdad que intuimos. Era devoto consorte de la Buena Muerte y en estos meses esa advocación ha recibido muchas oraciones por él.

Este domingo de nuevo estaremos ante la Piedad y la Misericordia, y en las heridas de ese Cristo yerto, que veneramos año tras año, nos encontraremos con él, con Ignacio, no hace falta decir su apellido porque la gente que ha hecho cosas tan importantes no necesita apellido. Así lo creemos y así lo esperamos.

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