La ventana
Luis Carlos Peris
En el adiós a Nacho Ansó
Cuando las circunstancias llevan a echar la vista atrás se encuentra uno con curiosidades y también con sorpresas. La cosa estriba en que ahora que el bético se toca la ropa ante lo desconocido, léase la mudanza a la Cartuja, vienen a cuento lindezas pretéritas que nunca se cumplieron. Quiero recordar y recuerdo que en aquel tiempo de marearse la perdiz sobre el que sería estadio Olímpico sin pararse a pensar que tal calificativo sólo es posible cuando ahí se escenifican unos Juegos, el señuelo principal para que picaran Betis y Sevilla era la comodidad de sus accesos.
Era uno de los argumentos principales con el que convencer para que fuese estadio único, igual que San Siro en Milán. Reticentes Betis y Sevilla a dejar sus casas, la idea de la facilidad con que se llegaría al estadio se enfatizaba hasta que la idea era aceptada por todos. Pero se levantó el estadio y esas vías rápidas con las que llegar desaparecieron por el mero hecho de no haberse trazado las prometidas.
Un cuarto de siglo después, el problema sigue latente y anda ahora el Betis tratando por todos los medios de buscarle solución a un problema descomunal. Como en un manual de buenas intenciones, Ángel Haro se desgañita pidiendo una llegada escalonada o que desde los pueblos se venga en el autobús de la peña. Indudables buenas intenciones, pero ciertamente utópicas. Por ello, la mudanza se mira desde la óptica bética con una desconfianza que raya con el miedo.
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