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Entre la alarma que azota la estabilidad del mundo, la voz del papa Francisco se alza contundente reclamando la necesidad de asistencia humanitaria que garantice el socorro vital a estos hermanos martirizados por la crueldad de la ambición desmedida. El eco de sus palabras suena fuerte y van más allá de provocar una llamada a la solidaridad como respuesta a una operación invasiva de destrucción que atrapa a un pueblo pacífico en una ola de destrucción y muerte.

Estar al servicio del otro en momentos de ausencia de paz, abandono, carencia o enfermedad, además del ejercicio de la solidaridad, también considerada necesaria, conlleva el compromiso de vivir otro concepto, la caridad, de mucho más calado, profundo y acorde con el mensaje de quién dejó claro ejemplo de ello. Único camino para encontrar en estos desfavorecidos que están sintiendo lo que es quedarse sin nada, a Jesús mismo.

Esta diferencia entre solidaridad y caridad la supo definir de forma concluyente el hermano mayor de Pasión, José Luis Cabello, culto y elegante en todo, en una reciente conferencia cuaresmal pronunciada ante un numeroso grupo de jóvenes cofrades comprometidos.

La caridad para ellos quedó definida como la joya del compromiso, un dique de contención contra la secularización y la hipocresía. La solidaridad es dar. La caridad es darse y servir. Es estar para atender a la necesidad del desfavorecido, material y espiritual, desde cualquier puesto practicando la verdadera labor de culto y devoción a estos miles de nazarenos sin antifaz que procesionan entre corredores humanitarios inseguros, buscando el amparo de otro país que los acoja.

Un nuevo portón se abre para las hermandades que han de afrontar una acción caritativa inusitada. Algunas han entendido bien el mensaje y dispuestas a aliviar la cruz a estos hermanos caminan ya cruzando el umbral del templo.

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