En El intermedio han sacado a bailar a la momia de Franco. Es una osadía delirante con mucha cara. Al estilo de este programa que hace ya años enterró a ZP. Dani Mateo, Wyoming y todo el equipo tienen ganas de resarcirse del exceso de celo judicial, claramente reaccionario, con aquel chiste sin más sobre la cruz del Valle de los Caídos. Nadie ni nada es intocable en El intermedio. Reparten estopa a discreción y hay días catalanes que llegan a ser un consuelo para la audiencia nacional. Son un faro en la TDT ya que David Broncano en La resistencia de #0 aún retuerce todas las tuercas. Ahora mismo está sobre la mesa el debate sobre hasta dónde llega el humor en estos tiempos de hipersensibilidad epidérmica.

La exhumación del dictador invoca fantasmas olvidados y en todo este aquelarre de guasa hasta una médium escenificó ante Thais Villas su conversación con el ferrolano en busca de tumba. El intermedio ha regresado tras el verano con Franco descoyuntándose, como el fiambre de la película Este muerto está muy vivo. Un título atinado sobre todo lo que está ocurriendo: a fuerza de manosearlo no vaya a ser que le estamos haciendo un favor al difunto y a sus incondicionales. Llamadme loco.

El Hormiguero, primo complementario de lo de Wyoming, también ha regresado sin haberse ido nunca del todo. Carolina Marín fue una de esas invitadas que hacen un verdadero favor al fiestón de Pablo Motos. La campeona estuvo suelta y hasta casi remata en la prueba oriental del crono que había que parar en 8.88. En El Hormiguero, con esos experimentos gigantes, hacen a veces ostentación. Pero lucen también el olfato de tener a medio país paralizado con sólo un móvil, el teléfono más asediado de la historia. Y con ese contable que haría las delicias de cualquier caseta de feria, con las sevillanas pedidas por Carolina entre carcajadas generales. Se puede hacer mucha televisión con poco. Es cuestión de ingenio y voluntad.

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