Análisis

José Ignacio del Rey Tirado

Los niños de Juan

Se nos ha ido un primer día de triduo. Un triduo a nuestra Virgen de la Angustia, cerrado a muchas cosas, menos a la pena que nos ha quedado. Un primer día de triduo que él trabajó para trasladar a la fecha más cercana a la Fiesta de la Candelaria. Ahora él contempla la luz divina para siempre. Se nos ha ido la luz de muchos. Toda una generación de estudiantes y universitarios se han quedado huérfanos, de nuevo. Los niños de Juan. Con ese nombre se identifican multitud de universitarios que durante década y media frecuentaban la capilla universitaria. Los niños de Juan, aquellos jóvenes del SARUS (su fundador) que llevaban el estandarte de la fe entre carpetas, libros y por las bibliotecas, salas de estudio, clases y laboratorios. Con naturalidad y con alegría. Como él la vivía. Pero con decisión, convicción y audacia. Sin complejos. Los años con la misa de una y media de la capilla universitaria a rebosar de estudiantes, las campañas de Navidad que ponían patas arriba la Universidad, de los ciclos de conferencias. De un cura que se pateaba todos los rincones de la Universidad y que conocía los problemas de cada uno de sus trabajadores. Las misas de la ceniza que había que repetir en varias horas porque no se cabía, la celebración gozosa de las cuaresmas.

Y la hermandad. Los jóvenes de la hermandad en aquella época éramos los niños de Juan, por partida doble. Esa unión entre nuestro añorado Juan Moya, que se nos fue demasiado pronto dejándonos huérfanos de muchas cosas y ahora, de nuevo, la orfandad nos visita cuando no queremos ni pensarlo. Se nos va Juan. El que sabía de nuestras alegrías y penas, de nuestras esperanzas y anhelos. El que supo suscitar vocaciones jóvenes y universitarias a la sombra del Cristo de la Buenas Muerte. El que cuando el otro Juan nos reñía por alguna inconveniencia o trastada que hubiéramos hecho, nos animaba y alentaba, sin quitarle nunca un ápice de autoridad al hermano mayor. El Juan de aquellas convivencias en Alcalá entre los jóvenes y la junta de gobierno, el Juan que conocía bien el percal y de que pie cojeamos los cofrades, porque él era uno de nosotros. El Juan de los quinarios al Cristo pero centrados en el Santísimo Sacramento, tan peculiares, tan nuestros. El de las Misas multitudinarias de Martes Santos ante los titulares antes de la salida procesional, en ese recordado “Areópago de la Cultura”.  El Juan de la imaginación para vivir la fe, de la valentía, el de una inteligencia como pocas para saber moverse y hacer crecer la vida de Hermandad y la vida cristiana en la Universidad. El Juan que hacía que cada joven no tuviera miedo de enfrentarse a uno mismo, a sus miedos y dudas, y a los que iluminaba con una fe sencilla y fuerte. El Juan que te recibía en sus retiros de Matalascañas y te trataba igual que trataba a cualquier dignatario que viniera a verle. El Juan del amor y devoción a Miguel Mañara y sus pobres.

Se va un pastor, otros pueden glosar mejor su condición de obispo. Para nosotros se nos va Juan, el director espiritual de los Estudiantes, con mayúscula en todos sus aspectos. Descansa en paz y esperamos que siga intercediendo por sus estudiantes.

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