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La noria del poder

La recepción celebrada el pasado 12 de octubre en el Palacio Real ofrece el mejor termómetro para medir la cotización de los líderes políticos

Una imagen de la recepción del pasado 12 de octubre en el Palacio Real.

Una imagen de la recepción del pasado 12 de octubre en el Palacio Real. / Chema Moya/EFE

El Palacio Real nos ofrece cada 12 de octubre el mejor termómetro para medir la cotización de nuestros dirigentes políticos. Por su comedor hemos visto a ministros convertidos en estrellas de rock y a presidentes autonómicos caídos en desgracia de una fiesta para otra. A Albert Rivera, en la cresta de la ola y, al año siguiente, en los sótanos del infierno: de ser el último en abandonar el cóctel ofrecido por los Reyes, como le sucedía este año a Juanma Moreno, sin parar de hacerse selfies y con una nube de cobistas revoloteando a su alrededor, a entrar y salir del Palacio como un ladrón de guante blanco, sin hacer ruido.

Este miércoles pasado, el cambio de ciclo que anuncian hasta los sondeos de los incondicionales de Pedro Sánchez también flotó en el ambiente de palacio. Alberto Núñez Feijóo apenas lograba avanzar entre el rumor de la multitud de simpatizantes y turiferarios de nuevo cuño que le salían al paso, mientras que el presidente del Gobierno parecía invisible a su lado, un hombre triste e incapaz de levantar pasiones como antaño, siendo la misma persona, porque el carisma ni se compra ni se vende.

La sombra que proyecta de pato cojo es tan alargada, que se hizo más accesible que nunca. Ahí estaba el presidente para quien quisiera acercarse a saludarlo, sin el brillo de otras ocasiones, y no porque hiciera esperar a los Reyes para evitar los abucheos. Es el olor a despedida, según los expertos. Al líder de la oposición, por esta misma sentencia, se lo rifaban unos y otros. La mayoría lo buscaba con la mirada al pasar al comedor con la cabeza dando vueltas, como una gallina en mitad de un llano, para posarse a su lado tras localizarlo y soltarle: ¡Hombre, presidente, venga un abrazo! Y foto al canto. La inmensa mayoría ya lo sitúa en la Moncloa.

Muchos olvidan que la historia está llena de sonoros fracasos tras no pocas victorias cantadas antes de tiempo. El líder gallego logró escaparse junto a Isabel Ayuso, para dejar que Juanma Moreno disfrutara de su jornada estelar. Si a la presidenta madrileña, que marcaba agenda en su partido hasta hace dos días, le cuentan hace unos meses que otro compañero le robaría tanto protagonismo, le da un ataque de risa. Es más, si fuese una niña pequeña estaría celosa porque efectivamente hay un recién nacido en la familia popular que acapara ahora todas las atenciones y ella ha de aceptarlo a regañadientes. A Feijóo no se le vio cómodo en exceso porque tampoco le gustan las multitudes. Cada dirigente del PP se movía por el comedor a sus anchas. Incluso alguno de los ex ministros recuperaron sensaciones perdidas. En cambio, a los de Vox se les vio siempre juntitos como los mozos a las puertas de la Iglesia antes de ir a misa.

Lo más notable, en cualquier caso, es que esta vez no faltó (casi) nadie a la cita con los Reyes y la fiesta nacional. No se la quiso perder ni el ministro Alberto Garzón, lo que no deja de ser una gran novedad, aunque se le viera todo el tiempo como a Peter Sellers en El Guateque. Hasta los pasillos de palacio fueron ocupados por los 2.500 invitados que esta vez sí celebraron la ocasión como merece. Y a pesar de todas las tareas que acumula a sus espaldas, tampoco faltó la titular de Hacienda, que no se sabe de dónde saca tiempo para entenderse con gente que vive de la división y el ruido permanentes. Al contrario que Sánchez, ella sí conecta con suma facilidad pese a que sea la encargada de ajustarnos las cuentas a todos los españoles. Cualquier día María Jesús Montero publica sus memorias y nos enteramos de dónde saca tiempo y el secreto para sobrevivir con unos socios que se odian más entre ellos que a los rivales. Ni Vox y el PP juntos le quitan tantas horas de sueño como cualquiera de sus colegas de la coalición. Así es la izquierda de nuestro país.

El único valor seguro en Palacio, a pesar de las turbulencias, sigue siendo el que representan los Reyes, que siempre despiertan a su alrededor una nube de enorme interés. Acudir al cóctel se ha convertido para muchos en una tradición para pulsar sus impresiones acerca de los asuntos de Estado más o menos de actualidad. Y una vez más, tras la pandemia, le han dado la mano, simbólicamente, a casi toda España. Al no estar sometidos a los caprichos del tablero político, ellos nunca dejan de sonreír en momento alguno durante la fiesta.

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