Análisis

Tacho Rufino

El turismo es un gran invento

Las arcas de los ayuntamientos dependen de manera creciente de los ingresos por las visitas, el maná contemporáneoExiste una tensión entre el blanqueamiento de los efectos del turismo y la turismofobia

Que "el turismo es un gran invento" lo proclamaba en 1968 la película cuyo título es esa misma afirmación. El alcalde de un pequeño pueblo aragonés, el mítico Paco Martínez Soria, ve la luz: la llegada de extranjeros y forasteros en general, con el anzuelo de la fruta de Aragón y un castillo, posibilitaría el renacer y el desarrollo de la localidad, un ejemplo y una metáfora de lo que era España y en lo que se iba a convertir al superar la larguísima posguerra, la autarquía y la lacra -y válvula demográfica y flotador económico por las remesas de divisas- de la emigración, y así entrar decididamente en el desarrollismo industrial… y turístico, que constituyeron dos pilares de prosperidad que eclosionaron en los setenta del XX. En aquella España, el turismo era unidireccional, o sea, los españoles por el mundo eran, tristemente, sólo emigrantes y algunos exiliados ya entrando en la vejez, por lo que turismo significaba sol y playa, suecas en biquini, porompompón, alemanes selectivos y británicos de pendencia y cogorza; paella, playa, Canarias, Torremolinos y Baleares. El turismo interior y cultural que Pedro Lazaga plantea en su guasona y agridulce elegía cinematográfica no dejaba de ser visionario: hoy, la España vacía, mesetaria y aledaña del secarral patrio sigue anclada en el marasmo económico sin, en la mayoría de los casos, conseguir una masa crítica de visitantes de ocio, y "poner en valor" el patrimonio cultural y natural de los pueblos no es asunto fácil. Ahora la cosa es distinta, y no sólo importamos turistas (técnicamente, esto es exportación), sino que los turistas españoles son fijos en los paisajes y ciudades señaladas a lo largo y ancho del mundo. La balanza comercial por esta actividad es superavitaria: recibimos más que emitimos, a pesar de los marcopolos de bermuda y troley que estamos hechos los machos (y hembras) ibéricos del XXI.

De forma renovada, tras estallar la Gran Recesión en nuestro país alrededor de 2007, el sector turístico es un componente fundamental de la estructura económica del país, aunque su medición en términos de PIB no es tan clara como en otros sectores. De hecho, los responsables del ramo en ayuntamientos y regiones suelen estimarla al alza. Este sesgo algo victorioso va de la mano de que las políticas municipales, por ejemplo, se conviertan en turismodependientes, dejando de lado otras que tengan menos de precariedad empleadora y más de valor añadido. Se percibe un fenómeno curioso en esta cuestión: una dialéctica entre los nativos de destinos turísticos que no reciben los beneficios del turismo, que produce inflación en los costes de la vivienda y los alquileres, y bien pueden sus rentas no revertir en tales destinos, sino en inversores del lugar o de fuera que acuden al panal de rica miel, y las inconveniencias y daños para el indígena y su calidad de vida. Resulta ya en este sentido tópico -pero no necesariamente falso- hablar de gentrificación y desnaturalización de las ciudades y sus zonas monumentales o de ocio en beneficio de los foráneos y en detrimento de los habitantes estables. Alternativamente, se da un proceso de blanqueamiento por parte de los gobernantes turistómanos -impuestos y tasas en vena alimentan las arcas municipales- de los efectos nocivos que para la vida de las ciudades provocan las oleadas permanentes o estacionales de visitantes. Una dialéctica que no es fácil de gestionar.

Vivimos tiempos de Ryanbabies, jóvenes y menos jóvenes que visitan las ciudades con presupuestos limitadísimos en función de los vuelos de las compañías de bajo coste, cuyo estandarte más simbólico es la irlandesa Ryanair. Se va a donde los precios de las aerolíneas baratas pastorean al turista. Cualquier industria, y la turística lo es, tiene efectos ecológicos y urbanos. Y sobre todo, en el caso que nos ocupa, conlleva precariedades, exposición a las inestabilidades de cualquier tipo (un virus, un bulo, un incendio social, una catástrofe natural, una contracción económica) que hacen especialmente vulnerable a la gallina de los huevos de oro del ir y venir por el globo.

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