Abajo el telón

Ver lo sucedido, desde la barrera, con un resignado distanciamiento didáctico, ha podido consentirse hasta ahora

Abertold Brecht, el dramaturgo, le gustaba que sus obras contasen con visible carga pedagógica y convertía su teatro en escuela crítica. En una de sus obras enfrentó dos tipologías dramáticas. Una, la encarnaba un personaje que no dudó en ofrecer generosamente su vida con la esperanza de salvar de una tragedia a su país. La otra, exhibe intereses bien distintos: no le importa en los más mínimo sacrificar a su nación si así consigue realizar sus exclusivas ambiciones. El primer personaje, el que podría considerarse moralmente ejemplar, resulta literariamente poco atractivo en la breve comparecencia escenográfica que le concede el autor. Mientras que el otro, el falso, cínico y ávido de poder, deslumbra en la escena por su hábil capacidad maniobrera: un perfecto tahúr, sin escrúpulos ni principios. El dramaturgo se propuso, pues, recrear de manera minuciosa este último comportamiento siniestro. Debió pensar, con afán didáctico, que a los espectadores hay que ofrecerles con claridad y detención datos que le permiten enjuiciar a los representantes del mal. Además, cabe añadir que, contemplar en escena las atrevidas manipulaciones de un personaje depravado, despierta más interés que un protagonista que encarne un modélico despliegue de virtudes. Esta misma interpretación también podría aplicarse a lo sucedido en España en estos últimos años, dónde, como en una función teatral, un buen porcentaje de españoles, quizás mayoritario, ha asistido, como espectadores sorprendidos, embelesados y pasivos, a los tejemanejes y enredos autistas de un personaje que era nada menos que el presidente del Gobierno de un país cuya propia existencia, debido a sus egoístas desbarajustes, estaba en juego. Pero ver lo sucedido, desde la barrera, con un resignado distanciamiento didáctico, como quería Brecht, ha podido consentirse hasta ahora. Alguien ya, desde el público debe empezar a gritar. Lo que se toleraba porque era solo una aparente función teatral ha terminado, hay que salir a la calle. Interesaba la representación porque permitía conocer hasta qué extremos un político es capaz de maniobrar para sobrevivir. Contemplarlo desde lejos, como si se tratara de una escena ha sido muy pedagógico, porque ayuda a comprender que en la política real lo imposible, alguien, sin principio moral alguno, puede hacerlo posible. Ahora, ya se hace necesaria, una vez bajado el telón, otra respuesta. Se ha aprendido a descifrar lo que es un prestidigitador sin escrúpulos. Y una vez apreciadas las entretelas de tal personaje literario, hay que descender del escenario.

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