Antares de la patria mía

El Club Antares fue el símbolo de una nueva Sevilla empresarial en los años previos a la Expo 92

02 de mayo 2019 - 02:32

Con el anunciado (y ya aprobado por Urbanismo) derribo del antiguo Club Antares de la calle Antonio Maura Montaner, se borrará la memoria de una ciudad que quiso ser una versión meridional de Madrid o Barcelona, con empresarios audaces y ejecutivos agresivos, la capital de la famosa California de Europa con la que Pepote Rodríguez de la Borbolla quiso enterrar el mito de la Andalucía jornalera e irredenta.

El Club Antares fue el símbolo de una nueva era: la de la prosperidad felipista de los años previos a la Expo 92. También, el lugar donde se encontraron los antiguos progres reconvertidos en gobernantes o empresarios de éxito con algunos elementos de la antigua oligarquía deseosos de un baño de modernidad. Antares sustituyó la anglofilia del golf, la hípica y el tenis (que captaban y siguen captando a la Sevilla más linajuda) por la moda neoyorquina del squash y la ensalada. En general, durante una época generó un cierto esprit de corps, una conciencia de avanzadilla social y profesional que, en algunos señalados casos, degeneró en un culto al pelotazo cuyo único marketing era el arrimo a las todopoderosas administraciones socialistas.

Los González-Barba, la familia fundadora, soñaron un lugar de encuentro entre la política y la economía bajo la fórmula deporte+empresa+cultura y durante un largo tiempo lo consiguieron. Allí se podía uno duchar junto a Chaves (quien terminó migrando al más democrático Galisport) y tomarse el aperitivo con el ya lejano Lele Álvarez Colunga. Pero la crisis acabó con esta ambición californiana y el empresariado corrió a refugiarse a los casinos de siempre. Llegó la Cámara de Comercio y vendió la moto del reflotamiento del club. Primero anunció su traslado provisional a la Torre Pelli (a este paso todos terminaremos allí metidos) y luego su anclaje definitivo en este rascacielos de la Cartuja. Pese a la propaganda oficial y las excusas, todos saben que han enterrado el espíritu del verdadero Antares.

Como último servicio a la ciudad, Antares deja su huella en el geolocalizador que los sevillanos llevamos en la cabeza. Diga usted calle Antonio Maura Montaner y nadie sabrá señalarla en el mapa; pronuncie, sin embargo, Antares y todo el mundo se ubicará en la antigua dehesa de Tabladilla. Así será durante mucho tiempo.

Sobre las ruinas de la voladura de este club donde se forjó la versión andaluza del yuppie, la Cámara de Comercio construirá una residencia de estudiantes, un negocio al alza por la consolidación de Sevilla como gran ciudad universitaria y la subida de los precios de los alquileres con la irrupción de los pisos turísticos. ¿Cambiamos la California de Europa por el Harvard Ibérico? Ya sabemos cuán tramposos pueden ser los juegos de palabras.

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