¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
La revolución del pesebre
En el entorno urbano de ciudades europeas sin inviernos rigurosos, es posible observar unas plantas herbáceas de origen sudafricano que reciben el nombre de ave del paraíso; despliegan unas espléndidas flores de variado colorido semejantes a los exuberantes y hermosos plumajes nupciales del pájaro homónimo, oriundo de Nueva Guinea o Australia. Sus maravillosas inflorescencias emergen encrestadas de una estructura basal azul oscuro o púrpura que recuerda la cabeza del ave. Estos exóticos vegetales de alma volante e impronta mágica son considerados símbolos de felicidad y libertad en sus regiones ancestrales, quedando reflejados en monedas sudafricanas y en el atávico escudo de Zululandia.
La especie menor del género -Strelitzia reginae- no alcanza más de metro y medio, pero desprende un halo apasionado de arte y simbolismo en sus bellas flores anaranjadas y azules, que cautivan a sus amantes irredentos, constituyendo por sí misma una muestra del arte refinado de la Naturaleza; dos especies gigantes de flores blancas con tintes celestes -S. augusta y S. nicolai- adquieren un porte arborescente de varios metros de altura, recordando a las plataneras, aunque se distinguen al abrir sus hojas en abanico y no en espiral. Algunas de ellas adornan enclaves históricos de Sevilla con sus evocadoras floraciones en días templados de primavera y otoño, como sucede en la plaza de la Encarnación, Jardines de las Delicias, Parque de María Luisa, Jardines del Alcázar o el Pabellón Marroquí.
Quizá Bécquer no la conoció, pero la puede presentir en cualquier otra flor:"Tu aliento es el aliento de las flores;/ tu voz es de los cisnes la armonía;/ es tu mirada el esplendor del día,/ y el color de la rosa es tu color./ Tú prestas nueva vida y esperanza/ a un corazón para el amor ya muerto;/ tú creces de mi vida en el desierto/ como crece en un páramo la flor".
El cultivo de la razón y las revoluciones industriales y culturales son propias del siglo XVIII europeo, pero también comprende la edad de oro de la botánica, cuando se importan infinidad de nuevas plantas con intereses alimentarios, naturalistas, medicinales, ornamentales... A finales de la centuria, Carlota Sofía de Meckenburgo-Streliz, reina consorte del monarca inglés Jorge III, sería espectadora activa de la plantación del ave del paraíso en los magníficos jardines londinenses de Kew; su nomenclatura científica deriva del propio apellido Streliz y de su condición regia. El noble vergel, incluido el palacete de investigación y esparcimiento de Carlota, se convertiría con el tiempo en Real Jardín Botánico, albergando la mayor colección de plantas vivas del mundo y siendo considerado Patrimonio de la Humanidad.
Virginia Woolf narra en su excelso relato Jardines de Kew:"-¿Dónde se toma el té?-...volteándose de un lado al otro, deseando ir para allí y para allá, recordando las orquídeas y las aves del paraíso entre las flores salvajes, una pagoda china y un pájaro de copete color carmesí; pero siguió caminando".
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