La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

Barrio y Catedral: horarios paralelos

Con Santa Cruz sucede como con la Catedral: los nativos y vecinos lo pueden revivir solo hasta las 11

Como sucede con la Catedral, el barrio de Santa Cruz es de acceso libre–en un sentido de libre de bulla y hasta cierto punto de veladores– para los vecinos y los sevillanos solo entre 8 y 11 de la mañana. Eso sí, en el caso de que sea vecino antiguo del barrio no encontrará los comercios que conoció –fruterías, papelerías, panaderías, droguerías, lecherías, ultramarinos– ni podrá evitar ver la ropa tendida en los balcones de los pisos turísticos.

A partir de las 11 –leo en su web– la entrada en la Catedral solo es gratuita, “acreditándolo mediante documento oficial”, para “naturales o residentes en la Archidiócesis de Sevilla, menores de hasta 13 años acompañados por un adulto, discapacitados a partir del 65% y un acompañante en caso de necesitarlo, y desempleados nacionales”. El barrio de Santa Cruz (en un sentido amplio que lo desborda desde el Arenal a la Puerta de la Carne y desde el Salvador a la Puerta de Jerez) es algo reconocible y medianamente paseable para vecinos y sevillanos hasta esa misma hora. Después, los nativos y los pocos residentes –seis de cada diez viviendas son turísticas– ya no podrán transitar con cierta tranquilidad, reconociendo aquellas calles tal como fueron hasta el período pos-Expo, la explosión de turismo de masas y el frenesí municipal otorgando licencias y mirando para otra parte.

El otro día conté en Mateos Gago solo 35 veladores a las 09:30. ¡Albricias! Pese a que exhibía las mutilaciones de sus aceras y su hermoso pavimento de adoquines, podía recordar lo que fue hasta que la veladorizaron, más que peatonalizaron, porque el antiguo espacio de las aceras se ha dedicado totalmente a los veladores, reservando la calzada a los peatones que con abrumadora mayoría son turistas que suben o bajan la suave cuesta de tan hermosa calle vestidos (o desvestidos) como si fuera la cuesta de la piedra de Matalascañas. De esto, el Ayuntamiento no tiene culpa alguna. De lo que se ha hecho con el barrio, en cambio, sí. Desde la mutilación de la fuente de José Lafita Díaz a la hemorragia de licencias que han convertido calles y plazas enteras en comederos. Ya sé que esto es llorar sobre la leche derramada, pero al ver estas cosas no puedo evitar recordar las Lacrimae de Dowland: “Exiliado para siempre, déjenme llorar; / donde el ave negra de la noche / su triste infamia canta, / permitidme vivir olvidado”.

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