¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
El profesor Macarro, escuela de libertad
EL Tribunal Supremo, por decisión unánime de la sala correspondiente, le ha enmendado la plana al Tribunal Superior de Justicia de Valencia a propósito de Francisco Camps, sus amistades y sus trajes. El muy honorable presidente de la Generalitat valenciana vuelve a estar imputado en el caso Gürtel, aunque ayer mismo se declaró más feliz que el día anterior.
El Supremo contradice al Supremo valenciano en un aspecto que tiene su importancia. Este tribunal archivó las diligencias instruidas contra Camps porque no consideró probado que los regalos recibidos por el presidente y su familia de la trama de Correa-El Bigotes (ahora más bien El Barbas, según pudimos comprobar ayer) fuesen seguidos de la adjudicación de contratos de la Generalitat a los donantes. Al no demostrarse la relación causa-efecto, no hay cohecho, es decir, no se soborna a un funcionario o cargo público para que actúe indebidamente en favor de los que regalan.
La sentencia del TS, hecha pública ayer, refuta esta interpretación del artículo 426 del Código Penal que, prácticamente, haría desaparecer el delito de cohecho impropio, y argumenta que puede existir cohecho cuando el regalo o la dádiva se ofrece, y se acepta, "sólo por la especial condición de poder que el cargo público desempeñado le otorga". Los regalos se hicieron, "de forma repetida y con aparente opacidad", no por pura amistad del alma, sino porque el receptor era el hombre más poderoso de la Comunidad Valenciana.
Las tramas corruptas operan así con los políticos en el poder: los agasajan y los tienen contentos para utilizar su influencia decisivamente en el momento en que las Administraciones han de adjudicar obras o contratar servicios. Sí, es más grave social y penalmente pagar comisión a un consejero o a un presidente por un contrato público concreto, pero también es cohecho impropio dejarse querer con regalos constantes por personas a las que se beneficia después mediante los mecanismos políticos y administrativos en manos de uno.
Francisco Camps dijo desde el primer momento que él se pagaba sus trajes, pero el caso es que las facturas nunca han aparecido en su poder y sí en la contabilidad B de la trama corrupta de Francisco Correa. Luego ha dicho que nadie puede creer que el presidente de una comunidad autónoma se deje comprar por tres trajes. Yo mismo no me lo creo, pero ¿no habría sido más correcto proclamar que él no se deja comprar ni por tres trajes, ni por trescientos ni por nada? Aquí los trajes son únicamente el destilado de unas relaciones peligrosas que Camps debió cortar a tiempo.
Ahora dice que está feliz porque el asunto es de risa. Tan de risa que a él se le ha quedado eso mismo, la risa, congelada en mueca.
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