La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Tablada, zona libre de pelotazos
Uno de los muchos métodos infalibles que tenía James Bond para identificar a los agentes del KGB era su proverbial mal gusto con los vinos. Es curioso porque el Reino Unido, pese a ser una geografía sin viñas, es el país que más ha hecho por la elaboración de un catálogo internacional de vinos de alta calidad. El jerez o el oporto no serían lo que hoy son sin haber sido antes tocados por la gracia de Su Majestad. El champagne no fue una excepción. Pese a ser la perla más fina de los mollates galos, como bien nos cuenta Ignacio Peyró en su monumental Pompa y circunstancia. Diccionario sentimental de la cultura inglesa, fueron ellos los que enseñaron a los franceses a amaestrar las burbujas. En general, podemos decir que el champaña trascendió el terruño para convertirse pronto en un vino europeo, en el estandarte vinícola de la aristoburguesía que lideró el viejo continente hasta la Gran Guerra, una koiné pija que forjó una primera unión europea por encima de los folclores. No se puede entender el viejo mundo sin el seco sabor a almendras de una buena copa de champán, que nada tiene que ver con esos bebistrajos dulces que se consumen en algunos hogares sin escrúpulos.
Vladímir Putin, zar hortera de la nueva Rusia, ha sacado una ley que sólo permite etiquetar en cirílico como champagne a los innobles caldos de su país. Así, un morapio burbujeante producido a orillas del Mar Negro podrá llevar en su botella el noble blasón de shampanskoe, mientras que una botella de Moët&Chandon, Veuve Clicquot, Mumm (el favorito de Churchill) o Taittinger se denominarán con el ominoso título de "vino espumoso". En principio, podríamos pensar que con este decreto a Putin se le nota su inelegante condición de ex agente soviético y que, por tanto, deberíamos dejar el caso en manos de Bond o, si la cosa aprieta, de Tintín. Pero creemos que hay algo más. Putin, con esta medida absurda y blasfema, ha pretendido insultar a uno de los símbolos más queridos de Europa, a su vino más festivo y elegante, a una de las grandes aportaciones de nuestro continente a la cultura universal. La ley rusa es como un escupitajo de cosaco borracho de vodka. El horror.
El honor del champán es el honor de Europa, el símbolo de sus actuales libertades, de su vida hedonista y su lujerío. Sólo esta afrenta justifica que España mantenga un destacamento blindado en Letonia, dentro del despliegue de la OTAN, para disuadir al osos ruso de cualquier tentación imperialista. El presidente Sánchez lo visitó el otro día. Todo no es naufragar en las andanzas de nuestro premier. Chinchín
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