Previsión El tiempo en Sevilla para este Viernes Santo

CON la que está cayendo, con las cosas de comer no se juega. Cuando hay hambre, y hambre literal y no metafórica, según dónde y cuándo, hablar de alta cocina es pornografía. Desde ese punto de vista, todo lo que tuviese que ver con los restaurantes de la Guía Michelin habría que abordarlo con pinzas. Todo ese submundo de tontería que se ha creado en torno a la comida, con mucha prevención, con todo el tacto del mundo. Eso es lo que debería ser. Pero no. Para nada. A mí me sigue sorprendiendo que El País continúe publicando en su contraportada, como lo ha hecho durante los años más dolientes de la crisis, los precios de las comidas que se meten entre pecho y espalda el redactor y su entrevistado, con un exhibicionismo desafortunado. Evidentemente hay gente que vive muy bien, que come muy bien, que mantiene unos hábitos sociales de muchos tenedores. Esos santuarios culinarios que tanto publicitan tienen listas de espera para sentarse a sus mesas. Pero por estética, y por qué no decirlo, los responsables de los medios deberían cuidar estos extremos.

Quiso el destino que el día que Maruja Torres publicó su última columna en la contra de El País, Ignominia, por debajo se colara una comilona de 97'50euros con una gestora cultural mexicana organizadora de Festivales de Cine muy independientes y muy guays en plan itinerante. La grande bouffe tuvo lugar en la Casa América.

Hace tiempo que las cocinas llegaron a televisión. Y lo hicieron para quedarse. El fenómeno Masterchef ha hecho tambalear mis creencias. No por los chefs, sino por los concursantes, a los que adoro. Lo próximo será ver a niños cocinando. Y mientras, yo comiendo por 78 euros al mes con mi bono del comedor social. Tan feliz, aclaro.

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