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La tribuna

rafael Rodríguez Prieto

Cómplices del nacionalismo

CUANDO bien entrados los 90 llegué a Argentina, me encontré con una palabra enigmática: el proceso. Venía de estudiar Derecho y dispuesto a mejorar mis conocimientos de ciencia y teoría política, gracias a maestros tan extraordinarios como Néstor Legnani. Transcurridos unos días, entendí que con ese vocablo -para mí ligado a garantías judiciales o tribunales- era sinónimo de dictadura. Una de las más crueles que se han conocido en la historia, culpable de aniquilar a una generación de argentinos.

Medios de comunicación y personas, que se refieren al golpe de Estado perpetrado por los nacionalistas en Cataluña como "proceso", propiciaron mi reencuentro con aquellos días porteños. Una vez más el eufemismo al servicio del totalitarismo. ¿Cómo calificar a un colectivo de intereses que utiliza cualquier medio a su alcance para un proyecto de imposición ideológica? Medios de comunicación, deportes… hasta las fiestas de pueblo y, por supuesto, escuelas. ¿Cómo se puede calificar a un populismo que identifica como enemigos o colonos a los que no comparten su ideología? Ya en el proyecto de Constitución de la República catalana elaborado en 1928 por Francesc Macià se señalaba que la ciudadanía catalana se perdía por conspirar o atentar contra la independencia de Cataluña. Resulta paradójico comprobar lo cerca que ese proyecto constitucional estaba del nacionalcatolicismo franquista, cuando en otro artículo se proclama la "unidad espiritual indestructible" de Cataluña y al catalán como el único idioma oficial. Años después, el nacionalismo aprovechó su oportunidad, aunque supusiera atentar contra el malogrado experimento republicano, debilitando gravemente a un Gobierno que precisaba de la unidad de todos los españoles en un momento trágico de nuestra historia. ¿Se han pedido cuentas al nacionalismo, ahora que tan de moda está la desmemoria histórica por otros medios? No, al contrario: se les premia. Es paradójico que el estadio de unos Juegos Olímpicos, producto de una ilusión y esfuerzo colectivo, se acabara denominado Lluís Companys, en recuerdo de un político que traicionó a la República -como hizo Franco- y que está acusado de horrendos crímenes.

¿Imaginan cualquier otro estado de Europa occidental coqueteando constantemente con su autodestrucción? ¿Cuál creen que puede ser el resultado de algo así? ¿Manifestaciones a lo Leni Riefenstahl? Ya las hemos visto. ¿Declaraciones supremacistas y etnicistas? Que le pregunten a Inés Arrimadas. ¿Falsedades sin sonrojo en torno a la economía? Somos tan superiores y lo hacemos todo tan bien que el problema es que nos están robando. Empero, como dijo Josep Borrell después de desmentir cada uno de los argumentos de Oriol Junqueras, "Cataluña vive en una ficción permanente, los hechos no importan". ¿Imaginan al primer ministro de Francia en esta situación? Después de la victoria electoral de los nacionalistas corsos en elecciones regionales, lo primero que hizo Manuel Valls (de origen español, catalán para más sellas) fue declarar que en Francia "sólo existe una nación", y consideró que "sólo hay una lengua oficial, el francés". ¿Es Manuel Valls un facha? ¿Es Francia una dictadura?

Durante casi 40 años PP-PSOE han ejercido el papel de cómplices necesarios de este desmán que hoy tiene como etapa final el efectivo descuartizamiento de un viejo estado. No sólo unos y otros seremos más pobres, sino que la balcanización conducirá inexorablemente al final de los servicios públicos esenciales y de las pensiones. El suicidio no es gratis. Ambos partidos han permitido que el cumplimiento de la ley sea optativa para los nacionalistas. El PP salvó económicamente al nacionalismo en la chapucera operación de los "bonos patrióticos" de la Generalitat, evitando que los ahorradores percibieran, por vez primera, la para-realidad nacionalista en los bolsillos. El PSOE ha impulsado eficientes campañas de adoctrinamiento en la escuela pública o multas por rotular en castellano y, hoy en día, se dedica a hacer el juego al imperialismo expansionista nacionalista en Baleares. Ambos, han debilitado de forma casi irreparable al estado a cambio de una hegemonía a plazo fijo sustentada en la impunidad y en el enriquecimiento de la oligarquía local. Pero la peor muestra de la deserción de Madrid ha sido permitir que el discurso dogmático y excluyente del nacionalismo conquiste a trabajadores golpeados por los recortes y la crisis. El nacionalismo ha sido la homeopatía de la angustiada clase media.

Desde sus mullidos sillones, los cómplices se vanagloriaban de su astucia preñada de euros y complacencia. "No les conviene", decían. Pues parece que sí. Hace unos meses, Joan Manuel Serrat señaló con acierto que a los mandatarios de uno y otro lado les viene muy bien este conflicto para mantener soterrados los asuntos importantes. Yo añadiría: se vive muy bien enfrentando a la gente con banderas para que se olviden del patrón. La amenaza es real. No sería la primera vez que España abandona a sus propios ciudadanos a su suerte.

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