La aldaba
Carlos Navarro Antolín
La alegría de Fito
EN todo caso, si está usted gordo, no se desanime. Aunque sólo pueda salir de casa trasladado por un quitanieves, aunque sus pliegues de grasa estén empezando a invadir el país vecino, aunque se sienta cansado de oír los gruñidos de un cerdo a su paso, olvídese de las dietas. ¿De veras va a dejar en la bandeja esa loncha de tocino cuyo fin en la vida era, al fin y al cabo, ser comida por usted? ¿No va a darse el placer de unos pastelitos para sobrellevar la amargura de un jefe como el que tiene?
En otras palabras, si es usted una foca, no se preocupe. ¿No es esa maravillosa carnosidad lo que le hace especial a los ojos del mundo? ¿Acaso no es la corpulencia su rasgo más singular, y por tanto la característica de la que debería estar más orgulloso? Alíviese, su dependencia de la nevera y su talla extragrande cuenta con ilustres precedentes.
¿No conoce acaso la vibrante historia de Rick Fletcher, rebautizado como Bola de Sebo, el funambulista obeso que se convirtió en la sensación de Coney Island durante los años 40? El hombre que desafía las leyes de la gravedad con su extraordinario peso. ¡Es un prodigio que el alambre aguante sus libras!, vendía la publicidad de la atracción en la que trabajaba Fletcher.
Efectivamente, el visitante de Coney Island tenía acceso a todo tipo de fenómenos asombrosos, de acrobacias inesperadas, pero Bola de Sebo poseía un distintivo insuperable: su grosor. Los espectadores seguían sus ejercicios sobre la cuerda con el corazón acelerado, convencidos de que aquel tipo rechoncho acabaría hecho papilla en la arena, pero el equilibrista siempre superaba la prueba. La fama de Fletcher se extendió por todo Estados Unidos, y a sus funciones acudían curiosos procedentes de puntos tan remotos como Oregón, Wyoming, Montana o Des Moines, en Iowa, deseosos de pasmarse con la pericia para caminar con una rectitud insospechada de aquel hombre cuyos michelines, sin embargo, temblaban con el nervio de la gelatina.
Aunque Bola de Sebo aseguraba que su silueta se debía a una "mala pasada de la genética", en sus días se hizo popular una canción interpretada por las Merrick Sisters que lo describía como un comilón insaciable:
Tu-tu-tu-ta-tá. / Bola de sebo, Bola de sebo. / Si lo invitas a tu fiesta ten vigilada la tarta. / Bola de sebo, Bola de sebo. / Si no, soplarás las velas sobre una fuente vacía. / Tu-tu-tu-ta-tá./ Bola de sebo, Bola de sebo. / Su madre hacía pollo frito para al menos diez familias. / Bola de sebo, bola de sebo. / Pero a este chico le cabe Manhattan en el estómago. / Bola de sebo, Bola de sebo. / Sobre el alambre lo ves comiéndose el bocadillo. / Tu-tu-tu-ta-tá.
Bola de Sebo no moriría, como todos habían predicho, por culpa de un error letal en una exhibición de sus talentos; fallecería después de que un elefante que se había enamorado de él se le sentara encima. El acróbata caería pronto en el olvido, pero en 2006 reconstruiría su biografía el documental The Fabulous Fletcher, un filme en el que Kate Winslet intervendría como narradora y para el que Liza Minelli interpretaría la balada Your dream will come alive.
Y Bola de Sebo no es el único referente con el que pueden sentirse inspirados. La suiza Mitzie Barbieur se dio cuenta a tiempo de que había demasiadas sopranos entradas en carnes y cambió el destino para el que estaba llamada, y para el que se había formado con empeño en la École Normale de Musique de París: se hizo bailarina.
Apenas poseía algunas nociones de danza, pero su determinación contribuyó a que la difícil apuesta se saldara con éxito. En cuanto ella aparecía sobre el escenario con sus robustas piernas embutidas en unas mallas y su tripa sobresaliendo del tutú, el auditorio rompía en una exclamación de sorpresa; no importaba el papel que interpretara, los asistentes al teatro festejaban siempre sus sudores con gritos de "¡Brava!" y vitoreaban el momento en que algún compañero con semblante esforzado la levantaba durante un paso a dos.
A pesar de sus limitaciones, Barbieur supo encarnar con personalidad algunos de los papeles más destacados del repertorio clásico gracias en parte a la devoción que le profesó el director Alessandro Braschi, que promovía "un concepto del ballet menos rancio, con más conexión con la vida". Entre 1930 y 1933 protagonizó muchas de las producciones del Grand Théâtre de Ginebra porque el mismo público así lo solicitaba: los aficionados percibían al resto de intérpretes como insulsos clones y no recordaban sus nombres, no obstante esa muchacha de caderas anchas les "transmitía". ¿Quién dijo que Giselle, o la Julieta de Prokofiev, no podían estar fofas?
Barbieur nunca se aburguesó: en sus últimos años, antes de que un coche la arrollara en una calle de Gante, tanteó nuevas vías expresivas y se adentró subyugada en el kuchipudi, un estilo de baile originario del sur de la India. No podemos asegurar que se tratara de un asesinato y no de un accidente, pero en el vehículo que acabó con su vida iba un viejo compañero del Ballet de Ginebra, cuya prometedora carrera se había interrumpido tras las fuertes lumbalgias que él sufría desde que había trabajado con ella.
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