Espíritu olímpico, no gracias

La información olímpica del Telediario se ha convertido en psicoterapia de grupo

Una mala concepción de la ternura nos ha llevado a la sensibilidad blandengue y ridícula de hoy. En la era de la sobreexposición las emociones ajenas nos causan un malestar agudo. No somos misántropos de hielo. Pero no queremos más leche condensada a base de emociones pueriles. Ya sabíamos que las Olimpiadas son ejemplos de superación personal. Músculo, mente y destreza propiciaron la armonía alegórica y bella del Discóbolo de Mirón de Eléuteras. Los atletas en el tartán luchan por batir al dios Cronos en su feudo. Y en esa porfía, que viene del antiguo Peloponeso y que ahora arde en mil incendios, hay muchos que vencen al infortunio propio (pérdida de un familiar, una enfermedad superada, penuria económica). La privacidad de esa batalla interior hacía grande al deportista. La discreción daba mayor grandeza a la rama de olivo que coronaba la testa del héroe o de la heroína.

Ahora, sin embargo, nos causa embarazo la llantina mediática y tanta solidaridad de rebaño. No sólo nos referimos al ya cargante caso de Simone Biles, la gimnasta estelar made in USA que ha acabado quemada. No coincidimos con el buen amigo Eduardo Osborne. La información olímpica del Telediario se ha convertido en psicoterapia de grupo. Con tono de mentores, los periodistas hablan del ejemplo que ha dado la princesa de goma al mostrar su depresión. Se extrae de todo ello una lección canónica: hay que vencer el miedo al miedo. Debemos cuidar la salud mental y no caer en la vergüenza de reconocer las fallas que nos llevan al pozo. Otras veces, como con los medallistas españoles, la noticia se vuelca con el lado humano. La tele se cuela en la casa de sus familiares, como si nos interesara conocer quiénes son. El provincianismo alcanza su alta cuota de pantalla. Nos causa rubor la pantomima del mismo modo que nos alegra en lo profundo el triunfo de los medallistas. El deporte nos gusta y nos embriaga cuando vemos la plasticidad de los músculos a cámara lenta. Salvo excepciones, el relato olímpico de la televisión pública se estudiará en años venideros como ejemplo de propagandismo de terapia y diván. Nada que ver con las narraciones técnicas y sensiblemente moduladas en Eurosport. Todos llevamos dentro un José Ángel de la Casa emocional o un Gregorio Parra, quien desde Moscú 80 nos educó en atletismo cuando las competidoras del Este llevaban abrojos en los sobacos. Hoy por hoy, entre otros, el periodista bonito Nico de Vicente o el siempre riente Arsenio Cañada nos refriegan el nuevo canon informativo: deporte y suflé humanista.

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