El lanzador de cuchillos

Fotógrafos

Chema Madoz, que expone en el Centro Cultural Gran Capitán, es un maestro del trampantojo

Ningún arte me parece más enigmático que la fotografía. Su simulada fidelidad a lo real es un ardid. Como ha escrito Antonio Muñoz Molina, quien inmoviliza la fugacidad de la mirada disparando su cámara, hace eterno el instante apresado y cumple así el propósito más antiguo del arte: detener el tiempo y expresar a la vez lo pasajero y trivial de todas las cosas, exaltar los perfiles de la realidad y avisarnos de que estamos viendo el tránsito de una sombra hacia la nada. Quien mira inventa. O descubre el rostro oculto de las cosas. Chema Madoz, el fotógrafo madrileño del que se acaba de inaugurar una muestra en el Centro Cultural Gran Capitán de Granada, es un maestro del trampantojo. Sus imágenes en blanco y negro son el truco de un ilusionista que transforma la realidad en poesía visual. Como ha expresado muy certeramente Luis Arenas, Madoz nos pone en contacto con esos otros mundos posibles que nos rodean, un universo de objetos tan familiares como desconocidos, tan próximos como irreductiblemente extraños. Asistir a una exposición suya sólo resulta provechoso si estamos dispuestos a reconocer que aún no lo sabemos todo de esos fieles servidores que rodean nuestra más inmediata cotidianidad. Cerillas, cubiertos, relojes o libros que Madoz emplea para subrayar esa suerte de complementariedad dialéctica existente entre las categorías de lo real y lo virtual.

En La Térmica de Málaga –el antiguo hospital reconvertido en Centro de Cultura Contemporánea de la Diputación– el que expone estos días es Alberto García-Alix. Expresionismo feroz es una muestra inédita compuesta por cincuenta y dos instantáneas que recorren las últimas conquistas estéticas del retratista de la Movida. La obra más reciente del leonés, la más vanguardista, tiene a las motocicletas como hilo conductor de una ruta que incluye paisajes, cuervos, edificios solitarios y los imprescindibles retratos, a partir de los que el autor hace una sincera y brutal introspección. “Si ayer miraba el mundo que me rodeaba con naturalismo, hoy lo subjetivo y lo intuitivo prevalecen. Fotografío para enaltecer una idea, una fábula o un lamento”, afirma García-Alix. “La fotografía es el arma de un crimen; un arma de extremada y refinada maldad. Hiere donde más duele, sin piedad”. Son reflexiones de uno de los fotógrafos españoles más importantes de las últimas décadas, dueño de una carrera artística íntimamente ligada a las drogas, la enfermedad y la pérdida, experiencias al límite que han moldeado un sentimiento trágico de la vida que queda reflejado en sus poderosas imágenes.

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