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Acción de gracias

Friqui

Empecé a pasar la noche en vela por los Oscar el año en que 'Mujeres...' de Almodóvar estuvo nominada

Lo mejor que hice en 2022, que resultó un año complicado, fue tirar la casa por la ventana y viajar a California. A mí aquello me devolvió la alegría: caminar por las localizaciones de Vértigo en San Francisco, perderme en el laberinto hortera y maravilloso de los hoteles de Las Vegas, parada obligatoria si no dispones de coche y quieres hacer una escapada al Gran Cañón, o asistir boquiabierto a este último prodigio de la naturaleza bien valieron la pena el desembolso que supuso aquella excursión. Pero he de confesar que de aquellos días guardo el mejor recuerdo de una ciudad que no tiene precisamente buena prensa, calificada a menudo como fea y caótica: Los Ángeles. Escuchar una sinfonía de Beethoven junto a una multitud en el Hollywood Bowl, dormir en el mismo hotel en el que se alojó Marilyn cuando empezaba -el Roosevelt-, visitar la tumba de la actriz en un cementerio -el Westwood Village Memorial Park- donde también están enterrados otros ídolos como Billy Wilder, Jack Lemmon o Burt Lancaster o acudir al pase de una película de Godard en el cine que tiene Tarantino -recomendación de la directora Rocío Mesa, que nos llegó por nuestra amiga común Ana Carretero- fueron estímulos maravillosos para unos tipos enfermos de películas como nosotros. Hasta el café que nos pusieron en aquellas jornadas, y en eso parece que fuimos afortunados, estuvo excelente. Aunque sí hubo algo que me defraudó, lo confieso: el Dolby Theatre, el antiguo Teatro Kodak, que acoge la ceremonia de los Oscar. Uno observa en la televisión esos pasillos con la alfombra roja desplegada y todas esas estrellas paseando por allí con su carisma y sus vestidos de diseñadores fabulosos, e imagina que pisar aquel lugar debe de ser una experiencia cercana al éxtasis para un cinéfilo. Pero no es así. Nos hicieron creer que aquel enclave destila un glamur irresistible, y la verdad es que en los días corrientes no es más que un deslucido, triste incluso, centro comercial.

Mañana, en la madrugada ya del lunes según la hora española, se celebrará una nueva entrega de los Oscar y aquel lugar aparentará ser otra vez el paradigma de la elegancia. He caído en la cuenta de que hace más de tres décadas -nunca he faltado a la cita- que me paso la noche en vela para saber a quién le dan la estatuilla, quién de mis favoritos pierde, qué vieja deuda salda al fin la Academia. Empecé la tradición el año en que Mujeres al borde de un ataque de nervios estuvo nominada. Nada era exactamente lo mismo entonces: el Shrine Auditorium cobijaba la gala, yo era por aquellas fechas un adolescente. Lo que no ha cambiado, como verán, es que sigo siendo un friqui que disfruta con estas nimiedades. (Por cierto, no me llamen el lunes muy temprano, que voy a tener el horario de Los Ángeles).

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