El balcón
Ignacio Martínez
Sin cordones sanitarios
Hagamos caso del viejo tópico -que como todos encierra una gran verdad- de que los éxitos enseñan poco y que de donde se sacan, de verdad, las consecuencias útiles es de los fracasos. En las elecciones del martes en Madrid, que sólo admiten interpretación nacional, hay tres derrotas muy ilustrativas que merece la pena examinar.
La primera es la de Pedro Sánchez. Es suya de cabeza a rabo porque el pobre de Ángel Gabilondo fue un candidato a la fuga al que se le notaba desde el primer día que estaba allí porque no podía estar en otro sitio. El inquilino de la Moncloa ha dejado que un populismo chulapón le haga un agujero en la línea de flotación a base de argumentos simples y efectivos como el de los bares abiertos y el miedo a la subida de impuestos. Sánchez y su gurú Iván Redondo se han equivocado en todo y han dejado la puerta abierta a un cambio de ciclo político en España, aunque para eso queda todavía mucha tela por cortar. De lo que no cabe duda es que la derecha española tiene a partir de ahora un nuevo lenguaje y que Díaz Ayuso y los que tiene detrás no han hecho esto para quedarse en la Puerta del Sol. El objetivo era Sánchez y lo han logrado, incluso por encima de las expectativas.
Dolorosa ha sido la derrota de Ciudadanos. Un partido que representó la esperanza en una opción de centro moderado que fuera capaz de articular mayorías a izquierda y derecha, paga con su práctica desaparición los muchos errores cometidos. Dicen los mentideros políticos de la Corte que el PP prepara un aterrizaje de lujo para Albert Rivera en los próximos meses. Será verdad o no. Pero lo cierto es que Rivera fue el que, conscientemente, voló la razón de ser de Ciudadanos y provocó su hundimiento. Poco puede hacer Inés Arrimadas para remontar vuelo en una formación que está ya instalada en la irrelevancia más absoluta. Andalucía, donde gobierna, aunque se note poco, puede ser el próximo lugar donde quede borrado del mapa.
La derrota de Podemos, con el anuncio de la salida de Pablo Iglesias de la política, ha sido patética. Nadie va a echar de menos ese liderazgo exagerado, retórico y vacío en un partido que manipuló desde el principio para ponerlo al servicio de sus ansias de poder. Iglesia ha decepcionado a todos, incluidos los convencidos de que la izquierda radical tiene las recetas para hacer frente a las crisis de nuestro tiempo. Lo mejor que le puede pasar es que cuanto antes caiga sobre él el olvido.
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