¡Oh, Fabio!

Luis Sánchez-Moliní

lmolini@grupojoly.com

Justicia galápago

La Justicia es ese gran mar en el que todos, tarde o temprano, naufragamos. Si no pones un pleito, alguien te lo pondrá

Un juicio.

Un juicio. / DS

LE pregunté en cierta ocasión al historiador Francisco Núñez Roldán, especialista en la vida cotidiana de los siglos XVI y XVII, qué era lo que le había llamado más la atención de las personas que habitaron la España del Antiguo Régimen. A lo que me contestó con su inconfundible voz cascada, como de cantante melódico italiano: “Lo mucho que pleiteaban y lo poco que se querían los matrimonios”. No nos meteremos en la segunda cuestión. Sólo decir que fue el denostado Concilio de Trento el que hizo hincapié en la necesidad de que los matrimonios fuesen sinceros y sin forzar, mucho antes de El sí de las niñas, del afrancesado Moratín, de los suspiros de Jane Austen y de la explosión romántica.

Pero sí queremos pararnos en la segunda cuestión, en la afición del español medio al pleito, a pisar durante años los salones de juzgados y audiencias acompañado de abogados y procuradores. En eso, los súbditos de Felipe VI no nos diferenciamos mucho de los de Felipe II, que Dios tenga en su Gloria.

Manrique, ya sabemos, consideró la muerte como la gran niveladora social (por encima, incluso, de Pedro Sánchez), pero bien podría haber sustituido la parca por los tribunales para decir aquello de: “allí van los señoríos/ derechos a se acabar/ e consumir;/ allí los ríos caudales / allí los otros medianos/e más chicos, / que allegados, son iguales / los que viven por sus manos / que los ricos”. La Justicia es ese gran mar en el que todos tarde o temprano naufragamos. Si no pones un pleito, alguien te lo pondrá.Todo esto no tendría mayor importancia si tuviésemos una Justicia tan eficiente, al menos, como Hacienda. Pero no, nuestros tribunales son escandalosamente pausados como galápagos y ya saben lo que dice el repetidísimo y cierto lugar común: “una Justicia lenta no es Justicia”. El gran escándalo del asunto es que los políticos no hacen nada para acabar con esta situación que supone un gravísimo perjuicio para los ciudadanos y que suele llevarlos a la desesperación. “Pleitos tengas y los ganes”, dice con proverbial mala leche un adagio castellano.

Cuando los políticos se pelean por la Justicia lo hacen siempre pensando en controlar los grandes órganos con los que extender su poder e influencia. Pero nunca en los juzgados de a pie, donde millones de españoles se juegan día a día sus pequeños intereses. Esta lentitud de la Justicia tiene un impacto importante en la salud mental de los españoles, tan de moda en estos días. ¿Cuántos odios y rencillas familiares se hubiesen atenuado con una justicia más rápida? Esta campaña electoral será una nueva oportunidad perdida para hablar del asunto. Al tiempo.

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