La aldaba
Carlos Navarro Antolín
La Mina es una mina de felicidad en las tabernas de Sevilla
EL acuerdo que ultiman Reino Unido, Comisión Europea y España –ayer tampoco hubo acuerdo– sobre el encaje de Gibraltar en la era pos-Bréxit supondrá un cambio histórico: la desaparición de la Verja que ha delimitado el territorio cedido por el rey español al inglés en 1713 en Utrecht y el que las autoridades británicas del Peñón han asimilado posteriormente sin el amparo del Tratado firmado entonces (habitualmente aprovechando momentos de debilidad española).
La erradicación de la barrera física que separa este territorio de ultramar británico de la comarca que lo circunda será un cambio trascendental que busca tener un efecto positivo para ambas partes, pero no dejará de ser un ejercicio de voluntarismo si no quedan suficientemente descritas las contraprestaciones que dará la colonia.
Porque es una obviedad que los más beneficiados serán los gibraltareños, que tendrán aún más facilidades para garantizarse el movimiento de personas y mercancías hacia la Europa comunitaria que Reino Unido decidió abandonar en el infausto referéndum de 2016 (hay que enfatizar que contra el sentir mayoritario de los llanitos, que votaron masivamente remain).
Sin un concreto articulado que asegure que acabará el dumping fiscal que ejerce desde hace decenios Gibraltar sobre su Campo, su inclusión en el espacio Schengen probablemente lo que hará es multiplicar la diferencia de renta que ya existe a un lado y al otro de la Verja.
Desde que se supo que los británicos votaron por el Bréxit, la Comisión Europea dejó claro que España tendría derecho de veto en los acuerdos o tratados que se llegaran para establecer cómo sería la nueva relación de Gibraltar con la UE .
Por eso cualquier acuerdo, por positivo que parezca sobre el papel, es una oportunidad perdida para España, una ocasión fallida más que nace de la acomplejada política socialista respecto al Peñón.
De hecho, el gran beneficio para España que el ministro José Manuel Albares esgrime para defender este acuerdo es el uso conjunto del aeropuerto de Gibraltar – estatus que, por cierto, Fabian Picardo rápidamente ha rebajado– ya lo pactó su predecesor, también socialista, Miguel Ángel Moratinos, en los Acuerdos de Córdoba de 2006, de los que nunca salió un uso conjunto, apenas un vuelo desde Barajas que languideció pronto.
España pierde la ocasión de convencer a Gibraltar que su mejor opción tras el Bréxit era la cosoberanía, un largo periodo en el que normalizar una anomalía histórica.
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